Alejar a Irán de la carrera nuclear y contribuir a la seguridad del Golfo no será fácil, pero puede haber más margen de lo que suponemos para una acción positiva de la UE, con ventajas como la desescalada en Oriente Medio, la no proliferación nuclear, la construcción de un puente hacia la presidencia entrante de Trump y la contención de Rusia
La caída de Bashar Al Asad en Siria es un acontecimiento trascendental, que pone fin a una de las dictaduras más brutales del último medio siglo. Pero no marca automáticamente el comienzo de la reconciliación y la democracia. Para ser claros: Oriente Medio estaba y sigue en una senda de escalada, mientras que es poco probable que la determinación de Rusia de aniquilar a Ucrania como país independiente se vea afectada por su humillación en Siria.
En Siria, la violencia, el sectarismo y la división son escenarios más probables que la paz y la estabilidad, especialmente en el norte poblado por kurdos, en el que es probable que aumente la coerción turca.
El derrocamiento de Asad puede debilitar aún más a Hezbolá en el Líbano, que ya ha sido severamente degradado por Israel. Pero esto no significa el fin de Hezbolá ni hace más seguro el alto el fuego en el Líbano. Por el contrario, probablemente envalentonará aún más a Israel, no sólo en el Líbano sino también en Siria, donde las tropas israelíes ya han entrado en la zona de amortiguación. Mientras tanto, la destrucción y recolonización de Gaza por parte de Israel continúa sin obstáculos.
Además, Benjamin Netanyahu puede decidir que este es el momento adecuado para hacer realidad su sueño de rediseñar Oriente Medio y posiblemente derrocar al régimen de Teherán. Irán, ya debilitado por la guerra en el Líbano y los enfrentamientos directos con Israel, ahora está más expuesto por el colapso del régimen en Damasco, el aliado regional clave de Irán durante décadas. Esto puede galvanizar aún más a Netanyahu y reavivar las ilusiones israelíes de un cambio de régimen en Teherán.
Irán puede ser ahora incluso más débil de lo que pensamos. Sin embargo, la alternativa más probable al líder supremo no es una democracia liberal sino una dictadura militar dirigida por los todopoderosos Guardias Revolucionarios.
El programa de misiles del país y sus milicias se han visto degradados. Ahora que su aliado clave, Asad, ha desaparecido, ¿podría Irán decidir acelerar su temido plan nuclear en respuesta a las nuevas amenazas? El acuerdo nuclear de 2015 negociado entre Irán, Rusia, China y las potencias occidentales (conocido como Plan de acción integral conjunto o JCPOA por sus siglas en inglés) ya está hecho trizas.
De manera alarmante, la semana pasada se reveló que Teherán ya ha acelerado drásticamente su programa de enriquecimiento de uranio. Rafael Grossi, del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), dijo que Irán puede haber cuadruplicado sus reservas de uranio enriquecido al 60% (el uranio apto para bombas requiere un enriquecimiento del 90%) y que ha construido centrífugas de nueva generación.
Rusia, cuyo apoyo militar había apuntalado a su títere, Asad, durante la última década, desempeñó un papel constructivo en la negociación del acuerdo de 2015, pero probablemente ahora esté incitando a Teherán, dada la creciente propensión de Moscú a participar en el chantaje nuclear y la estrecha asociación militar entre los dos países en la guerra de Ucrania. A esto se suma que el equipo de política exterior de Donald Trump es tan halcón hacia Irán como puede, lo que hace que el presidente electo probablemente escuchará las ideas revisionistas de Netanyahu.
A pesar de todo, la suerte aún no está echada. El margen de Europa para ayudar a Siria se limita a la ayuda humanitaria y al apoyo a una transición política que permitiría a millones de refugiados regresar a casa. Pero cuando se trata de Irán, Europa tiene la oportunidad de hacer más.
Trump ha hecho de su rechazo a las guerras eternas parte de su sello distintivo, y una escalada entre Irán e Israel podría llevar a Estados Unidos a un atolladero. Pero arrastrar a Estados Unidos a una guerra con Irán es precisamente lo que Israel quiere.
Irán sabe que se ha debilitado y, si bien en el país hay centros de poder que compiten entre sí, su nuevo presidente, Masoud Pezeshkian, ha manifestado en repetidas ocasiones su voluntad de reanudar las conversaciones. Además, mientras que en 2015 Arabia Saudí se oponía rotundamente al JCPOA (del que había sido equivocadamente excluida), sus relaciones con Irán han mejorado palpablemente. Esto se debe a un acuerdo de reconciliación entre los dos países en 2023, negociado por China, que ha funcionado hasta el punto de que se han realizado ejercicios militares conjuntos.
Arabia Saudita, al igual que otros países del Golfo, no tiene ningún interés en una guerra regional en toda regla, ni en el caos en Irán, especialmente cuando Siria se encuentra en una encrucijada tan delicada. Y mientras Rusia y China han convergido cada vez más en la cuestión de Ucrania, no están totalmente de acuerdo en Oriente Medio, donde Pekín, a diferencia de Moscú, probablemente no ve interés en un Irán con armas nucleares.
Todo esto crea una oportunidad que los europeos, y en particular la UE, deberían aprovechar. El acuerdo nuclear con Irán fue el mayor éxito de la política exterior de la UE. Establecer el llamado formato de negociación UE + tres (Reino Unido, Alemania, Francia y el alto representante de la UE junto con Estados Unidos, Rusia y China, con Irán en el otro lado), a pesar de la profunda grieta transatlántica causada por la guerra de Irak en 2003, fue una hazaña. Como lo fue mantenerlo durante los difíciles años de la presidencia de Mahmoud Ahmadinejad en Irán, y luego cumplir el acuerdo cuando las estrellas políticas se alinearon en Washington y Teherán en 2015. Ese acuerdo fue eliminado por Trump en 2018, y es imposible ver un regreso ni al JCPOA ni al formato de negociación que lo vio nacer.
Sin embargo, si bien Rusia ya no desempeñará un papel constructivo, los países del Golfo y en particular Arabia Saudita sí lo harían y deberían participar. Las negociaciones podrían centrarse en el expediente nuclear, pero también deberían ampliarse a la seguridad regional.
La UE ahora tiene a Kaja Kallas como su nueva alta representante. La ex primera ministra estonia quiere, con razón, centrarse en Ucrania (donde realizó su primer viaje en su nuevo cargo), que es la cuestión de seguridad más vital de la UE. Sin embargo, la guerra en Ucrania no será resuelta por la UE, mientras que los acontecimientos actuales, incluida la huida de Asad a Moscú, han demostrado cómo las crisis en Oriente Medio, África y Europa del Este están interconectadas. Esto es algo que Kallas sabe bien.
Alejar a Irán de la carrera nuclear y contribuir a la seguridad del Golfo no será fácil, pero puede haber más margen de lo que suponemos para una acción positiva, con ventajas como la desescalada en Oriente Medio, la no proliferación nuclear, la construcción de un puente hacia la presidencia entrante de Trump y la contención de Rusia, así como la rehabilitación de la maltrecha reputación de la UE en el Sur Global. Todo el mundo espera que la nueva alta representante de la UE se centre en Ucrania, y de hecho debería hacerlo. Pero Oriente Medio puede ser igual de importante y, posiblemente, más a su alcance.
Trump puede estar soñando con el premio Nobel de la Paz. Pero si bien su foco puede estar en Ucrania, como quedó claro una vez más en la celebración de la reapertura de Notre Dame, Rusia hasta ahora no ha mostrado ningún interés en avanzar hacia una paz justa allí. Un candidato menos inverosimil para un acuerdo pacífico puede ser el programa nuclear de Irán y la seguridad que aportaría a Oriente Medio y más allá. Y Europa podría desempeñar un papel vital facilitándolo.