Más que defender su honor o coaccionar a nadie, yo creo que el propósito de la pareja de Ayuso es que le paguemos la multa entre todos. Lleva ya pedidos 415.000 euros en querellas a políticos y periodistas. Y conociendo como funciona la justicia española, no descartemos que lo consiga
Pensaba escribir hoy sobre la pareja de la presidenta madrileña, al que muchos se refieren como “defraudador confeso”. Pero no tengo claro si referirme a él como defraudador confeso, no vaya a ser que al final ese al que llaman defraudador confeso no sea un defraudador confeso, y me meta yo en un lío por llamar defraudador confeso a alguien simplemente porque muchos le llaman defraudador confeso, pero al final acabe no siendo un defraudador confeso aunque parezca un defraudador confeso. Venga, ahora intenta leer el trabalenguas con un polvorón en la boca.
En serio, no tengo claro si llamarlo defraudador confeso. Por un lado, no sé mucho de derecho, y esto son tecnicismos: no sé si el simple hecho de que uno acepte declararse culpable de dos delitos fiscales (para así alcanzar un pacto con la Fiscalía), ya lo convierte en defraudador confeso. Dice el periodista Xabier Fortes que no encuentra “otra forma más breve y ajustada al diccionario que definir como ‘defraudador confeso’ a alguien que confiesa ser un defraudador”. Así dicho, parece blanco y en botella, pero no corramos tanto.
Por otro lado, no tengo claro si referirme a esa persona como defraudador confeso, porque hay opiniones discrepantes. Por ejemplo, la presidenta madrileña, Díaz Ayuso. A lo mejor ella tiene razón y lo de su pareja no es un fraude fiscal, pese a que su abogado diga que “ciertamente se han cometido dos delitos”. Quizás es solo un desencuentro con Hacienda. Una inspección fiscal, una paralela, un quítame allá estas facturillas, y al final todo se arregla regularizando lo que se debe. O incluso te sale a devolver y Hacienda te acaba debiendo a ti 600.000 euros. Sin descartar que, donde algunos ven fraude y delito, en realidad haya un honrado contribuyente, víctima de una “inspección fiscal salvaje”, una cacería “chavista y putinista”.
Además, hay que tener mucho cuidado en llamar defraudador confeso a una persona que no tiene relevancia pública, es solo “un ciudadano particular”. El hecho de que toda una Comunidad de Madrid y todo un Partido Popular se movilicen para defenderte, el jefe de gabinete de la presidenta extienda bulos y amenace a periodistas para salvar tu buen nombre, el secretario general del partido en Madrid se interese por tu caso, y la misma presidenta te defienda en entrevistas, discursos e intervenciones parlamentarias, no te convierte en persona pública, sigues siendo un particular con derecho al honor.
Pero sobre todo, dudo si llamarle defraudador confeso por una razón de peso: no quiero pagarle la multa. Ni pagarle un tresillo para el ático. Ni pagarle unas vacaciones con su pareja. Y conociendo cómo funciona la justicia española, no descarto que por llamarle defraudador confeso acabase yo querellado, juzgado y condenado a pagarle una pasta.
Más que defender su honor o coaccionar a nadie, yo creo que el propósito de aquel al que no llamaré defraudador confeso, es que le paguemos la multa entre todos. Lleva ya pedidos 415.000 euros en querellas: 100.000 a Pedro Sánchez, 50.000 a Bolaño, 30.000 al director de comunicación del PSOE, 40.000 a la vicepresidenta Montero, entre 10.000 y 20.000 a otras tres ministras, dos dirigentes del PSOE, dos de Más Madrid, y ahora también a Xabier Fortes, de TVE, y a tres de sus tertulianos.
Cualquiera pensaría que es un caso de manual del Efecto Streisand, y que cuantas más querellas ponga, más gente le llamará defraudador confeso. Da igual: él seguirá disparando querellas en modo metralleta, a políticos, periodistas y cualquier día también tuiteros, a ver si consigue que entre unos y otros (más lo que espera sacarle al Fiscal General y a todo su equipo), le paguen la cantidad defraudada, la multa, y un pico para darse un capricho. Solo necesita que la querella caiga en el juzgado adecuado, y esa película ya la hemos visto. Que no, que no, que yo por si acaso no le llamaré defraudador confeso, y no lo vayas a hacer tú tampoco.