En los primeros años de la Transición, algunos funerales de víctimas del terrorismo se convirtieron para los miembros del Gobierno en experiencias muy desagradables. ETA mataba sobre todo a guardias civiles, policías y militares cuyas familias descargaban a menudo su ira sobre Suárez y González, a quienes acusaban de pusilánimes y en ocasiones culpaban directamente de los asesinatos de sus hijos, maridos o padres. Pero tanto los presidentes como sus ministros aguantaban el chaparrón con cara de circunstancias, incluso cuando al dar el pésame les volvían la cara. Algún tiempo después, a propósito del relevo generacional de la llamada 'nueva política', Alfonso Guerra acuñó una frase despectiva sobre esta hornada de dirigentes crecida en la comodidad democrática, sin tener que...
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