Se supone que es una «norma común de conducta para todos los pueblos y naciones», pero la práctica nos dice que está bien lejos de la realidad. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948, es para no pocos letra muerta. Quizá por eso, dos años después, en 1950, el cónclave mundial decidió tener un Día de los Derechos Humanos, como si bastara con solo 24 horas cada año para proclamar y hacer valer que todas las personas, en cualquier lugar, sin distinción de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, origen nacional o étnico, religión, lengua o cualquier otra condición, debemos tener la garantía de que se nos respeten los derechos políticos, civiles, sociales, culturales y económicos. Es más, que se nos garantice el primero y absoluto: el de la vida.
Me sobran preguntas este 10 de diciembre de 2024 en que el lema de la celebración señala: Nuestros derechos, nuestro futuro ¡Ya!
Contundente el reclamo; sin embargo, en todos los años transcurridos desde 1950 se ha ido enarbolando señal tras señal para llamar la atención sobre las necesidades y todo queda en los eficientes archivos de la memoria, pero no de los hechos. Recuerdo algunos:
La lucha contra la pobreza es obligación y no caridad, se decía en 2006, pero la edición de 2024 del Índice de Pobreza Multidimensional señala que en el mundo hay 1 100 millones de personas que viven en la pobreza extrema, de las cuales el 40 por ciento vive en países en situación de guerra, fragilidad y/o con escasa paz. No se trata solo de los ingresos monetarios de las personas, este incluye las carencias que le acompañan: trabajo, seguridad social, vivienda y servicios, ambiente, salud y educación.
Todos Humanos-Todos Iguales, fue la consigna de 2021 y estábamos en el segundo año de la pandemia de la COVID-19. Hasta diciembre de 2020, los países habían comprado por adelantado más de 10 000 millones de dosis de vacunas; de ellas, aproximadamente, la mitad habían sido adquiridas por países de altos ingresos, que representaban solo el 14 por ciento de la población mundial. Para el 6 de enero de 2022, se habían administrado 9 370 millones de dosis de las vacunas contra la COVID-19, distribuidas entre el 59 por ciento de la población mundial. Se hacía evidente que el 41 por ciento restante no era ni tan humano, ni tan igual… Pero los consorcios farmacéuticos Pfizer-BioNTech y Moderna habían ingresado por ventas de vacunas casi 70 000 millones de euros y 34 000 millones de euros, respectivamente.
Atención especial a la discriminación fue el llamado de 2009. Me pregunto ¿hasta cuándo durará la sordera de quienes cierran fronteras en Europa a los pueblos de África o solo las abren para mayor aprovechamiento de una mano de obra barata proveniente de algunos de los países que otrora fueron sus explotadas colonias? ¿O quienes levantan muros para evitar que desde el sur les lleguen los empobrecidos en el continente americano, y donde el Presidente electo ya amenazó con ejecutar la mayor deportación de emigrantes en la historia, y cerrar la frontera a la que llama «invasión» y en reiterados mensajes xenófobos, discriminatorios y falaces afirma: «los migrantes están asesinando y violando a nuestras mujeres», están entrando «terroristas de todo el mundo»…
En este 2024, una parte del mundo ha presenciado horrorizado uno de los mayores genocidios de la historia de la Humanidad. El Israel sionista, con pretensiones de apoderarse de una buena parte del Oriente Medio, está llevando a cabo un exterminio étnico contra el pueblo palestino. Gaza casi ha sido borrada del mapa. En apenas poco más de un año han sido asesinadas casi 45 000 personas, la mayoría niños y mujeres, y más de 106 000 heridas o mutiladas, cifras que no incluyen los que mueren de hambre o por falta de medicamentos indispensables, en profanación extrema del derecho a la vida.
A otros se les cierran sus derechos políticos a darse la sociedad que consideran más justa como nación, y se les aplican sanciones económicas que intentan arrinconarlos y destruirlos por quienes se consideran el poder dominante en el mundo frente a un mundo más justo y equitativo.
También, desde hace mucho, más de seis décadas, a Cuba se le niega el bienestar, el desarrollo y la convivencia pacífica, y por ejercer su soberanía e independencia se le mantiene bajo un inhumano bloqueo, recrudecido con la designación falaz de país que propicia el terrorismo.
Sin embargo, Cuba integra el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, elegida por sexta ocasión en octubre de 2023, una muestra del reconocimiento y el prestigio de que goza entre la comunidad internacional por su trabajo y empeño en avanzar —desde una sociedad no perfecta— pero sí empeñada en lograr el disfrute de los todos los derechos humanos para todas las personas (en sus contenidos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales), y no un concepto parcial y selectivo de esos derechos, blandidos con argucias y mentiras solo para aumentar sus intereses hegemónicos.