Según The Art Basel and UBS Global Art Market Report 2024, el mercado global del arte en 2023 alcanzó la cifra de 65.000 millones de dólares, una verdadera economía paralela que atrae miles de personas a galerías, subastas y ferias donde se exhiben y venden las obras de reconocidos artistas y se muestran nuevas propuestas. Sin embargo, el público visitante observa con desconcierto como en algunos stands de ferias, simples objetos, sean bolsas de basura repletas de desechos, felpudos, cajas de zapatos, animales en formol y recientemente una banana pegada con cinta adhesiva en un muro, son calificados por curadores y críticos como obras de arte; por eso comenzaremos hablando de la figura retórica del calambur (RAE). Algunas adivinanzas y bromas se basan en el calambur: “Oro parece, plata no es”; “Blanca por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga, espera”. El ingenioso poeta Quevedo utilizó un calambur al acercarse a la reina con un clavel blanco en una mano y una rosa roja en la otra mano y le dio a elegir entre las dos flores declamando: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. Para aproximarse a lo que está sucediendo en el mercado del arte contemporáneo, se necesitaría del atrevido cinismo de un Quevedo para denunciar el descaro de algunos pseudo artistas y su coro de idiotizados seguidores.
Una banana como carnada en una trampa cazabobos de US$ 6,2 millones
Debido a que calambur rima con cambur (plátano dulce, banano), voy a hablar aquí de la supuesta “obra de arte” de Maurizio Cattelan, titulada Comedian, presentada por primera vez en la feria Art Basel en Miami en el año 2019. La obra consiste en una banana sujeta con una cinta adhesiva gris a una pared blanca. La pieza, con tres versiones (todas vendidas durante la feria) tenían un valor de US$ 120.000. En días recientes, el cambur o banana de Cattelan (uno nuevo, porque maduran muy rápido …y se pudren) se vendió por 6,2 millones de dólares a Justin Sun, un inversionista chino: «Me lo comeré como parte de una experiencia única», expresó, mientras degustaba la banana, que en cualquier puesto de frutas cuesta unos pocos céntimos. En España, calificar a alguien de “banana” es un término despectivo ya que significa una persona tonta, boba. Esto de la banana de Cattelan es parte de las trampas cazabobos del arte contemporáneo en la que caen mansamente curadores, críticos y el público que asiste a las exposiciones ignorando la artimaña que con astucia han reservado para incautos estos sagaces vendedores para algunos idiotas que adquieran sus calambures.
A los que somos apasionados del arte contemporáneo nos causa estupor esta chanza mediocre ya que es indigna frente a la proeza creativa, la coherencia de sus discursos y a la rigurosa vida en el arte de importantes artistas de los últimos dos siglos. Pero, además, esta burla realizada por un pseudo artista que no tiene una obra sólida qué mostrar como para decir que va contra los cánones del arte, es solo exhibicionismo. Este es uno entre muchos ejemplos de la superficialidad y banalidad que invaden las galerías, ferias y museos alrededor del mundo. Eso es cosa frecuente en muchos stands de las últimas ferias de arte que he visitado, donde uno no sabe si está observando una exposición de decoradores, artesanos o bromistas. Instalaciones con juegos de muebles, espejos, piezas de baño o valijas, eso sí, con un texto explicativo de la “obra” con el que tratan de convencer de su engendro. Muchas de las llamadas obras de arte e instalaciones “vanguardistas” o “posmodernas”, sin ningún discurso conceptual que las sostenga, no son otra cosa que trampas caza bobos armadas por sagaces galeristas con una estrategia de marketing respaldándolos, muchas agallas y poco miedo al ridículo. Hay un viejo refrán popular que dice: “Donde hay un timador, hay un incauto”. Es una trapacería, no hay otra palabra para definir a unos autodenominados “artistas”, fabricantes de desaguisados.
Del ready-made art al se vale todo
Cuando el maestro Marcel Duchamp (1887–1968), tras una destacada trayectoria cuestionó el academicismo en el arte, expuso un urinario de porcelana que tituló Fountain (1917), bajo el concepto ready-made art, dando inicio, sin proponérselo, a que otros se sintieran con licencia para matar el arte. Son vulgares imitadores de las obras de Duchamp, Ray, Picabia o Beuys, que estos exponentes del disparate nos tratan de vender como algo novedoso. Críticos de arte, periodistas culturales y curadores que convierten lo banal y nulo en vanguardia, no hacen otra cosa que invitar a la gente a vivir en el mundo de la confusión.
Si bien, el arte es completamente libre por tratarse de un mecanismo de expresión del que dispone cualquier individuo, debe existir al menos una dosis de ética en el artista con relación a las obras que exhibe. Son hilarantes las anécdotas sobre estos supuestos artistas sin pudor alguno. En la FIAC de 2013 en París, visité un stand que exhibía felpudos usados, eso sí, muy bien enmarcados e iluminados. Uno de estos aún tenía restos de mierda de perro, donde muy probablemente el “artista” había limpiado sus zapatos. Tuvieron mucha demanda pese a los altos precios. El paroxismo de esta confusión generalizada sobre lo que es el Arte en la actualidad, lo presencié en la FIAC París en 2016, cuando en uno de los pasillos me topé con un grupo de personas que tomaban fotografías o señalaban hacia el piso, donde observé una agenda de cuero marrón muy usada, entreabierta de canto en el piso, repleta de hojas amarillas de post-it y unas cartas de visita desparramadas. Un señor mayor, muy elegante y con la punta de su dedo índice colocado en su labio inferior, comentaba a su bella acompañante, con cierto desdén de connoisseur, lo interesante de esa obra que el interpretaba (sic) como el tiempo lineal en el que uno se pierde en la vida. En medio de ese espontáneo apiñamiento, apareció una señora un tanto regordeta, desencajada y respirando nerviosamente, se coló hacia el centro iluminado hasta que, entre suspiros de alivio, tomó la agenda que rato antes había perdido y organizando las tarjetas dio las gracias hacia el cielo por haberla encontrado, la guardó en su bolso y se marchó presurosa.
En el mundo de las “instalaciones”, tan de moda entre los mercaderes del templo del arte y generalmente tan anodinas, el “se vale todo” ha ocasionado una crisis de valoración estética aunada a una deslegitimación promovidas por un mercado voraz y muy eficaz en impulsar propuestas insulsas que invaden las salas de exposiciones, donde críticos de arte en alianza con galeristas, grupos financieros y medios especializados, persuaden a la gente desinformada a preferir lo falso a lo verdadero, lo insustancial a lo valioso. Este desconcierto está opacando a los verdaderos discursos del Arte contemporáneo, incluyendo el de artistas con investigaciones y propuestas innovadoras tanto en la abstracción geométrica como en el arte conceptual.
La “banana” antes mencionada no es estupidez, no es una broma o calambur, pienso que se inscribe en esa tendencia “progre” y “woke” en maridaje con la “cancel culture” o “culture de l’annulation” aupada por la izquierda internacional y minorías extremistas, ese movimiento conspicuo global que busca la deconstrucción de los cimientos occidentales y que, con saña, arremete también contra el arte impulsando la declinación de los valores que aspiran a la belleza. Alexander Baumgarten (Aesthetica,1750) afirmaba que “la perfección artística es un reflejo del orden existente en el universo y la belleza es la representación de ese orden. La verdad estética va ligada a la verdad moral”.
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