En Abril de 2019, un pavoroso incendio en Notre Dame, la catedral católica más emblemática de Europa, encogió el alma de los parisinos y de millones de ciudadanos del mundo que, creyentes o no, contemplábamos impávidos como el fuego devoraba el templo que representa uno de los símbolos más preciados y significativos de las raíces cristianas de nuestra cultura europea.
Haber tenido el privilegio de asistir, hace ya unos cuantos años, a una ceremonia eucarística entre aquellas milenarias piedras y sentirte envuelto por la grandiosidad de su entorno espiritual e histórico, te produce una extraña sensación agridulce al contemplar el resultado de la restauración y reformas que han sido presentadas al mundo en una ceremonia que, como la de clausura de los Juegos Olímpicos en el mes de Agosto, no ha estado exenta de algunas polémicas y controversias. Aun admitiendo que tras la reapertura oficial, la auténtica ceremonia religiosa se inauguró con la celebración de la primera Santa Misa después de cinco años desde el incendio y ante más de 2500 invitados, me permito hacer unas consideraciones personales para mis lectores sobre la ceremonia de inauguración oficial del renovado templo.
Creo que el Presidente Macron, al igual que en la clausura de los Juegos en el Estadio de Francia estaba empeñado en hacer una presentación de la “grandeur” del pueblo francés y del legítimo orgullo que suponía haber sido el impulsor para llevar a cabo las obras de restauración con una numerosa participación de arquitectos, artesanos y restauradores junto a más de 2000 operarios: “Esta noche las campanas de Notre Dame vuelven a sonar”, aseguró orgullosamente el Jefe del Estado francés en su discurso de inauguración y a fuer que sonaron.
Sinceramente uno siente una sana envidia cuando en un Estado laico como Francia, el propio Presidente de la República se implica en la “resurrección” de uno de los templos más universales de la cristiandad. ¿Ocurriría lo mismo en España si se produjera una desgracia como esta en una de nuestras emblemáticas catedrales? La respuesta no ofrece dudas conociendo la animadversión de este gobierno hacia los principios y símbolos de la religión católica.
Tengo que reconocer que me causó extrañeza en mi condición de católico que junto a la presencia de algunos de los “influencers” políticos más representativos del momento actual, como Jefes de Estado, primeros ministros, representantes de casas reales y algunos personajes tan llamativos como Donal Trump, Zelenski o Elon Musk, que el Papa Francisco, máximo representante de la cristiandad, no estuviera presente. El numeroso pueblo católico francés lo habrá echado de menos…
Por otra parte, ha sido clamorosa la ausencia de representación española. Inexplicable no ver a nuestros Reyes junto al resto de los Jefes de Estado europeos. Ni la Casa del Rey ni la Moncloa han dado razones para esta desafección y desconsideración hacia una nación vecina y amiga como Francia. Una prueba más del sectarismo de Pedro Sánchez que tiene maniatada a la Monarquía, así como de la estulticia de un ministro inculto como Urtasun que hace honor a la mediocridad y vulgaridad de este insufrible gobierno. El deterioro institucional de España ante Europa y el mundo es ya muy preocupante.
Tanto los ornamentos litúrgicos, como el mobiliario, incluido su altar central responde al signo de los tiempos…. Era lógico que compositores como Bach, Haendel o Mozart hicieran mutis por el foro, al sentirse tan incómodos en una ceremonia tan “progresista” en algunos aspectos. Sus grandes obras, de hondo contenido religioso, no pudieron responder al grito del arzobispo de París Laurent Ulrich: “Despierta, órgano, instrumento sagrado”. Los 7950 tubos del órgano resonaban tan estruendosamente que me hicieron recordar a Quasimodo, personaje que Victor Hugo inmortalizó para la literatura universal en su obra “Nuestra Señora de París”, conocida vulgarmente como el “Jorobado de Notre Dame”.
No obstante me quedo con el gran ejemplo que dio ante todos los católicos del mundo en aquel fatídico 15 de Abril 2019 el padre Jean-Marc Fournier, más conocido como el “héroe de Notre Dame” que se jugó la vida al salvar de las llamas lo más relevante de un templo como es el Santísimo Sacramento y otras reliquias de gran valor como la Corona de Espinas o la túnica de San Luis. Nada tiene más valor para la cristiandad francesa y europea que se pueda seguir visitando en París al Señor de Notre Dame.