No hay compasión alguna con
De Jong. Al contrario, desde que
Joan Laporta y
Mateu Alemany le dijeron que debía salir del club y él se negó a irse traspasado al
United, el periodismo y el entorno ha señalado siempre al jugador con una crueldad alejada del sentido común. Cuando desde el club se filtró su sueldo, dando unas cifras a las que, sin decirlo, se le sumaban todo lo que dejó de percibir en las dos temporadas de pandemia, ha estado constantemente en el ojo del huracán. Tampoco hay compasión por su rendimiento al salir de una larga lesión, muy dolorosa, que le hizo dudar de si podría seguir con su carrera. En marzo tuvo un esguince de ligamento del tobillo, volvió antes de tiempo para ayudar el equipo en el tramo decisivo y, en el
Bernabéu, en un choque fortuito con
Fede Valverde se agravó la misma lesión. De abril a octubre estuvo en el dique seco. Renunció a la Eurocopa, a diferencia de otros cracks que siempre priorizaron sus selecciones y los grandes eventos. Y, sí, le está costando coger el ritmo. Con
Flick ha tenido doce ratitos, como mediocentro o como mediapunta. El “noviembre de mierda” no es por culpa de
De Jong. Los años en blanco, tampoco. El recuerdo mitificado de un partido sublime del
Ajax en el
Bernabéu le está dañando. La carrera y el rendimiento posterior de compañeros como
De Ligt y de
Van de Beek sí han entrado en zona peligrosa. A
De Jong aún le quieren los dos equipos de
Manchester. Por algo será. Al final, desde su llegada al
Barça, hace cinco temporadas y media,
De Jong ha provocado tres penaltis. Tres de los 42 que al equipo le han pitado en contra en este tiempo. Del último, sobre
Oyarzabal en la 20-21, han pasado cuatro años. ¿Lo fusilamos o tratamos a un capitán como se merece?
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