En noviembre de 2014, Carlos Sainz, junto a su padre, se encontraba en el Gran Premio de Abu Dabi de Fórmula 1. Un mes antes había logrado el título de la Fórmula Renault 3.5 en Jerez y el fin de semana de la carrera andaba negociando con Red Bull y otros apoyos (con la ayuda inestimable del Rey Juan Carlos con los deportistas españoles) su llegada a la F1. Pero antes debía superar un último examen, ya que rodó con el monoplaza de la escudería energética en unos test que combinaban las pruebas para jóvenes pilotos con la de los neumáticos del siguiente año.
Antes, en verano de 2013, ya había sorprendido en Silverstone con otro Red Bull. Unos días después, casi por sorpresa, la prensa fue convocada un sábado en Madrid (en la Torre Espacio) a un acto para oficializar que el madrileño sería piloto titular de Toro Rosso, el equipo B de Red Bull, algo que ya habían anunciado previamente.
En marzo de 2015 debutó en Australia y desde entonces no se ha bajado de un monoplaza de Fórmula 1. En su periplo ha formado parte de equipos como Toro Rosso, Renault, McLaren, Ferrari y, a partir de ya, del histórico Williams. El domingo se despidió de Ferrari con un tremendo buen sabor de boca. En su camino se interpuso Lewis Hamilton, un siete veces campeón del mundo que el pasado mes de enero se puso a tiro para la «Scuderia» y desde las altas esferas de la compañía no quisieron dejarlo pasar. Entonces, el «sacrificado» fue Carlos Sainz, cuya renovación estaba hecha a falta de una firma que sospechosamente se retrasaba sin motivo hasta que se descubrió «el pastel».
Su compañero Leclerc no tiene muchos mejores números que el español, pero su representante es Nicolas Todt, socio de Fred Vasseur en numerosos negocios y, además, el monegasco perteneció a la cantera de Ferrari.
Sainz salió de Ferrari el domingo por la puerta grande, aunque no como él quería, con el título de Constructores en el bolsillo. Sus estadísticas son realmente buenas y Williams se frota las manos por haber conseguido firmar a uno de los mejores pilotos de la actual parrilla. Todavía no se lo creen. A lo largo de estas 10 temporadas ha logrado cuatro victorias, seis poles, 27 podios y 1272,5 puntos. Su principal valor es la capacidad de trabajo y la constancia al buscar en el monoplaza cualquier resquicio técnico que pueda mejorar el rendimiento. Al contrario de lo que hacen algunas «estrellitas» de la F1, suele residir cerca de las factorías de sus equipos para estar con el grupo de ingenieros y mecánicos. Lo hizo en Inglaterra con Renault y McLaren y también con Ferrari, viviendo en Módena, cerca de Maranello.
Cuando le comunicaron en enero que no tendría asiento en Ferrari, Audi y Red Bull se mostraron interesados, sin embargo, el proyecto de la marca alemana todavía está en «pañales» y desde la estructura energética enseguida se metieron en el embrollo de autodestruirse y la cosa acabó con la salida de Newey y otros… a la espera de que Verstappen lo haga el próximo año. Un lío. Fue entonces cuando surgió la idea de aterrizar en Williams, un equipo que dirige Jame Vowles, de la máxima confianza de Toto Wolff (Mercedes), con el que trabajó en el equipo como director de estrategia y que financieramente se está armando bien dando pasos firmes (a través del fondo americano Dorilton Capital). Tiene una inercia parecida a la de Aston Martin y quizás en uno o dos años pueda dar el salto que necesita.
No es un paso atrás para el madrileño, pero sí un reto que debe liderar, una circunstancia a la que nunca se ha enfrentado el español, que parece que siempre tuvo la condición de segundo piloto hasta que la realidad y los números decían lo contrario.
