El Jirón Ocoña, ubicado en el Centro de Lima, fue durante varias décadas uno de los epicentros financieros más importantes del país, al punto de ganarse el apodo de la Wall Street peruana. En esta estrecha calle, que conecta las avenidas Nicolás de Piérola y Emancipación, los corredores de bolsa y agentes cambiarios negociaban de manera informal, influyendo directamente en la economía nacional.
Durante los años 80 y 90, el Jr. Ocoña se convirtió en un punto clave para la compra y venta de dólares, especialmente en un contexto de hiperinflación y crisis económica. Aunque con el tiempo su importancia se redujo, la calle sigue siendo recordada como un símbolo de la capacidad de adaptación del mercado financiero en momentos críticos de la historia peruana.
El Jr. Ocoña recibió este apodo debido a la intensa actividad financiera que albergaba, similar a la que ocurre en Wall Street, Nueva York. Aquí se realizaban transacciones de dólares, acciones y otros instrumentos financieros de manera informal. La calle se convirtió en el termómetro económico del país, atrayendo a comerciantes, empresarios y ciudadanos en busca de soluciones rápidas para enfrentar la volatilidad económica.
Durante las décadas de 1980 y 1990, cuando el Perú atravesaba una grave crisis económica, el Jr. Ocoña se consolidó como un mercado paralelo para el intercambio de divisas. En un escenario de hiperinflación, los ciudadanos acudían a esta calle para proteger sus ahorros comprando dólares, mientras que los corredores ofrecían tasas competitivas. Este flujo constante de transacciones informalmente reguladas ayudó a muchas personas a mitigar los efectos de la crisis.
Con la modernización del sistema financiero peruano y la regulación más estricta del mercado cambiario, la relevancia del Jr. Ocoña como centro financiero disminuyó. Hoy en día, aunque sigue siendo un lugar donde se realizan transacciones cambiarias, su actividad ya no tiene el impacto económico de décadas pasadas. Sin embargo, su legado como un símbolo de adaptación y resistencia económica sigue vigente en la memoria de los limeños.