Con tan solo siete años de edad, Jorge F. Hernández (México, 1962) escribió su primer cuento y hasta publicó un “libro”; desde entonces, entendió que podría refugiarse en la literatura, en esos mundos y convertirla en su vida.El columnista de MILENIO charló sobre la reedición de la antología de cuentos Un montón de piedras (Alfaguara) y Jorge en diez o doce pasos: Instrucciones para leer a Ibargüengoitia, publicado por la Universidad de Guanajuato en 2019, que ahora lanza una segunda edición con un prólogo de Juan Villoro.¿Tan temprano ya le hacías al cuento?De niño escribí muchas cositas casi cercanas al cómic para tratar de ayudar a que mi mamá recuperara su memoria, porque ella tuvo una trombosis cerebral. Escribí también mi primer libro, una sola cuartilla con una foto pegada y lo llamé My Life. Lo llevé a la escuela, pero nadie me felicitó. Tuve una maestra de origen polaco, muy guapa, que fue una segunda madre para mí y ella me regaló mi primera libreta.¿Y qué te dijo?Ante el vacío que había en mi hogar, porque mi mamá estaba muy sonriente y muy bella, pero no estaba en realidad, me dijo: “¿Por qué no haces tus dibujos?, cuéntate historias y apunta palabras en español”; mi mamá preguntaba mucho cómo se llamaban las cosas, pues mi hermana y yo, que éramos gringos, no sabíamos cómo se llamaban las cosas. Yo tenía que esperar a mi papá, que llegaba siempre de madrugada, para que nos dijera.¿El cuento siempre te ha perseguido?Siempre, también te confieso por un afán de querer inventar chistes y que el chiste funcione; para eso, el mejor formato es el cuento. No me he planteado jamás un chiste en forma de novela, ya sería el delirio, ¿no? En forma de cuento, hay que saber cuajarlo.Cuéntame sobre la reimpresión de Un montón de piedrasMe tiene muy contento porque ese libro ya solamente estaba en versión electrónica y se usa mucho en talleres; es una antología de cuentos que publicó Alfaguara cuando cumplí 50 años y me había dado un infarto, creo que pensaron: ‘Este güey ya se va’. Ramón Córdoba empezó a compilar los cuentos, y yo lo terminé haciendo. Ahora tiene un prólogo, una teoría del cuento, según yo, y un epílogo que explica en dónde se publicaron y cuál es la trastienda de los cuentitos. En el cuento tiene que haber un buen madrazo.¿Cuál es la teoría del cuento?La que yo mamé, a mucha honra, siguiéndole la sombra a Jorge Ibargüengoitia; muy guanajuatense que es, es entre chisme y chiste, y hay que saber contar uno y no echarlo a perder. A partir de ahí es que uno escribe cuentos que imaginó, soñó o que vivió. En mi caso, yo tengo la libreta pegada a la cama para anotar una palabra o una imagen, pero muchos cuentos han sido puro invento; otros nacen de la libreta, es decir, hago el dibujito, le pongo nombre al personaje. Cuando eran chavos, mis hijos los involucraba, y luego ellos ya preguntaban por los personajes y era cuando ya existían.Un montón de piedras es una antología de cuentos cuya portada se compone de dibujos del autor y son alrededor de 15 e incluye el primer cuento que le publicaron a Jorge F. Hernández y sus famosos cuentínimos:¿Eliseo Alberto te regaló un cuento?Sí. Casi nunca se habla de esto; entre escritores se regalan cosas, es decir, por ejemplo, yo le regalé uno al escritor Edgar Keret, y a cambio él me regaló uno. El pacto de caballeros es que nunca revelas cuál es el que te regaló. A veces, tienes ideas que de plano ya no sabes qué hacer con ellas. Yo traía una idea de una pareja en un café, en donde ella está mandando a la chingada al novio, pero en la pantalla que está atrás de la novia, el novio está más bien atento a la noticia de que hay vida en Marte. Yo le decía a Eliseo Alberto: "No sé qué hacer con eso, me late que es como el final de un relato", y él decía que era el principio y se lo di y él me dio uno. Ya puedo decir cuál es el que me regaló, porque se nos adelantó Litchi, que es el de La secreta fórmula de cómo se esfuman de este mundo los enanos.¿Vas a dar talleres de cuento aprovechando la publicación del libro?Sí, ahí voy a anunciar un taller que va estrictamente ligado al ejemplar. Y es poder hablar de cuentos mostrando ejemplos, de cómo una anécdota, si la cuentas bien, se convierte en cuento y cómo un palomazo, un invento de medianoche, de madrugada y de delirio, lo puedes tejer para que sea un buen cuento.¿Tú prefieres los cuentos o la novela?Lo que pasa es que en la construcción de la novela dependo mucho del cuento. Porque el cuento es un termómetro ideal, sobre todo para la inmediatez y el tino. La novela a veces se te puede desbarrancar porque, como no hay límite, hay una libertad absoluta de irte navegando. En cambio, en el cuento no, y estoy de acuerdo con Julio Cortázar en que tiene que ganar por KO; en el cuento tiene que haber un buen madrazo, ya sea al principio o al final o en donde quieras meterlo y por eso me cuesta más trabajo el cuento, pero me gusta más.No han sido meses sencillos para el gigante de cabello alborotado. Jorge F. Hernández es como un Quijote moderno, pero de vientre abultado (aunque asegura que va al gimnasio todos los días), quien va por “la manchega llanura” pregonando el amor por las palabras y la literatura con humor e inteligencia, mientras los monitos que lleva en sus inseparables libretas hacen travesuras y de vez en cuando se escapan.Sí, tal vez su presencia sea demasiado abrumadora para un puñado de enemigos que tiene y algún otro traidor, pero como el caballero andante que es, Jorge continúa su viaje y Alfaguara, su casa editorial, ya tiene Alicia nunca miente, una nueva novela que saldrá el próximo año, entre otras importantes sorpresas que vendrán de Francia.Además, el autor informó que Jorge en diez o doce pasos Instrucciones para leer a Ibargüengoitia (2019) fue reeditado por la Universidad de Guanajuato con un prólogo de Juan Villoro.¿Qué hay en el libro sobre Jorge Ibargüengoitia?También es un refrito; salió una primera edición hace algunos años, pero salió desapercibida, y ahora la Universidad de Guanajuato me ha honrado, porque lo sacó en color morado y yo hice dibujos de todas las portadas posibles de Jorge, un poco compitiendo con Joy Laville (1923–2018). De las portadas y los títulos de las obras de Jorge, hice dibujitos y Villoro hizo un súper prólogo que, al que no ha leído Ibargüengoitia, lo ubica perfectamente y al que ya lo leyó, le cuadrícula el paisaje.Y tu texto, ¿de qué va?Es un homenaje muy sentido, chismes que me sé por mi papá y mis tíos que lo conocieron desde niño a Jorge Ibargüengoitia (1928-1983) y las travesuras que hacían y pongo ese tipo de anécdotas; además de mi digestión personal de la obra de Jorge y de la gran honra de haberme enamorado de Joy, lamentablemente cuando ella ya tenía 98 años; entonces no nos pudimos embarazar; le hubiéramos puesto Jorge al niño (risas) Pero ella vivió hasta los 96, la edad que tiene mi madre ahora, y eran encuentros maravillosos semanales con Joy y saqué mucho para este librito.jk