La serie documental de Elías León Siminiani cuenta la historia de Benposta, una localidad autogestionada a las afueras de Ourense, que sirvió de refugio a niños en riesgo de exclusión durante décadas
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En 1963, a las afueras de Ourense, la finca de Benposta se convirtió en una especie de aldea gala en pleno franquismo. Una “república democrática e independiente”, como fue definida por sus creadores, que la llamaron 'La ciudad de los muchachos'. Entre ellos se encontraba la figura omnipotente del cura Jesús César Silva Méndez, verdadero ideólogo del proyecto, que logró unas tierras de más de 14 hectáreas de terreno hasta entonces abandonado para levantar un poblado que contó con sus propias leyes, su propia moneda, sus propias elecciones (mientras, fuera, la dictadura seguía a sus anchas), y hasta su propia televisión.
La idea del Padre Silva era que su creación sirviera de refugio a niños y jóvenes abandonados a su suerte o sin posibilidades económicas. Eran ellos el motor de esta ciudad que también les dio un trabajo al crear una escuela de circo que se convirtió en un fenómeno internacional que llevó a aquellos críos a giras internacionales. El circo de los muchachos fue un absoluto éxito en España y fuera de las fronteras que hizo que aquella utopía incluso se intentara replicar en otros países.
El sueño del padre Silva terminó en 2003. Fue, irónicamente, la democracia quien fue minando poco a poco el proyecto, que además cerró con acusaciones de malos tratos de varios de los niños hacia algunos de los alumnos más adultos. Acusaciones que llegaron, además, en medio del enfrentamiento que fue la estocada final, el de Silva y Manuel Fraga, ya presidente de Galicia, por los terrenos donde se asentaba y que quería utilizar para proyectos urbanísticos (de un campo de fútbol a edificios con los que explotar el bum de la especulación).
La historia de este circo es, de alguna forma, la de España, y eso era uno de los motivos que enamoró a Elías León Siminiani, cineasta ganador del Goya al Mejor cortometraje por Arquitectura emocional 1959 y responsable de true crimes como El caso Alcàsser. Para él, Benposta fue la “última utopía” conocida y a ella le dedica los cinco episodios que conforman El circo de los muchachos, su serie documental que ya se puede ver en Prime Video y donde analiza el auge y la posterior caída del sueño del Padre Silva. Para ello, habla con los chicos que siguen allí, los que abandonaron, los que acabaron en agria discusión con su creador y reconstruye ―con mucho material grabado por sus propios protagonistas― una historia tan inverosímil que solo la no ficción podía abordarla.
El director conocía la historia de la ciudad de los muchachos por “su aspecto más pop”, y aporta un dato para muchos desconocido: la cabecera de Barrio Sésamo se rodó en una versión que hubo en Madrid entre 1981 y 1984. Pero fue cuando la productora Vaca Films se acercó a él con todo el material de archivo, que abarcaba 40 años en más de 800 horas que habían estado semiabandonadas en Benposta, cuando decide hacerlo al descubrir que detrás del circo estuvo ese proyecto de ciudad utópica. “Era muy arrebatador, muy exótico y muy extraño. Una república de niños independientes, autogestionada, en pleno franquismo, en un pueblo de una provincia rural gallega… ¿Eso pudo ser posible?”, recuerda sobre su primer acercamiento.
Una república de niños independientes, autogestionada, en pleno franquismo, en un pueblo de una provincia rural gallega… ¿eso pudo ser posible?
No esconde que su intención era retratar a España “desde el franquismo casi autárquico, el tardofranquismo, la Transición y el comienzo de la España moderna”. “No deja de ser una especie de espejo o de microcosmos donde tú puedes ver ahí las dinámicas que suceden en la sociedad en grande. Pasa con la especulación inmobiliaria, toda la cultura del pelotazo de los 90 es la que hace que se precipite, entre otras cosas, el final de Benposta. Vemos hasta el cambio en los formatos de los archivos visuales. La serie empieza usando material en Super-8, sigue en 16 mm, pasa a 35 mm, aterriza el vídeo profesional y llega el digital”. Una “voluntad” que se hace patente “particularmente en algunos hitos muy concretos como es la muerte de Franco o el primer viaje que hacen los Reyes a Argentina, a la dictadura de Videla. El viaje de la vergüenza”.
Elías León Siminiani cree que el viaje vital de esta utopía es el mismo que se ha visto con otras “situaciones mucho más contemporáneas, como cuando surgió Podemos, o los nuevos partidos políticos, que empiezan siendo un ente completamente democrático que fomenta la construcción de miradas críticas y acaban siendo un orden bastante autocrático en el que esos espíritus críticos que han creado en algún momento quieren tener acceso a la gestión o al poder y no lo encuentran, por lo que tienen que irse o ser expulsados”.
Aunque pueda parecer un oxímoron que una utopía autogestionada nazca en el franquismo y muera en democracia, el director cree que tiene un sentido, y era la situación “en una España franquista en la cual hay unas carencias muy altas en lo educativo, particularmente en zonas remotas, y en un momento en que está saliendo mucha gente a emigrar. Cuando llega la democracia, con la implantación de la sociedad del bienestar, empieza a haber muchos más colegios e institutos y ya no tiene sentido”.
El documental encuentra su villano en Manuel Fraga, cuya llegada al gobierno de Galicia se convierte en uno de los grandes obstáculos de la ciudad de los muchachos para sobrevivir. Fraga ve en aquel terreno un bien que explotar y comienza lo que Elías León define, entre risas, como “nuestro Frost contra Nixon”, dice en referencia a la dura entrevista que el periodista David Frost hizo a Richard Nixon como expresidente,que fue adaptada al cine en 2008. Ahí le surge una reflexión sobre cómo grandes acontecimientos políticos de la historia de España no tienen la película que merecen, y cita también el primer debate entre González y Aznar. “Creo que ha habido mucho miedo, pero también que eso está empezando a sacudirse”, opina.
Escoger esta historia es también una declaración de intenciones, la de reivindicar una utopía en tiempos de distopías constantes: “Yo lo que intento hacer cuando hago los documentales, aparte de hacer un contenido que encaje dentro de lo que necesita quien lo está pagando, es hacer un aporte a la sociedad. Una cosa que hace muy relevante esta historia es precisamente poner en valor el concepto de utopía. El mundo se está yendo a la mierda y hay mucho que aprender, no ya de la materialización de una utopía, sino del propio concepto de utopía. O simplemente del propio concepto de una educación que sirva para construir una sociedad mejor. Porque la sociedad hoy en día está claramente orientada hacia la consecución personal y el triunfo y el éxito personal, no necesariamente social”.