Marta Sanz (Madrid, 1967) es escritora y profesora de escritura. Escribe novela, ensayo, poesía y artículos periodísticos. Es autora de títulos como Susana y los viejos (finalista del premio Nadal 2006) y Farándula (Premio Herralde de Novela 2015). Sus libros comenzaron a publicarse hace 30 años y, en todo ese tiempo, ha tomado nota de casi todo lo que ha visto y escuchado en el ecosistema literario. Acaba de publicar Los íntimos (Anagrama), una mezcla de autobiografía, memorias, dietario y crónica social sobre sus distintas y dispares experiencias en el oficio, con un estilo inteligente, mordaz, divertido y cotilla. “Hablar de este libro se me hace muy difícil porque aquí están mis vulnerabilidades, aunque también está lo que me ha empoderado. El otro día estaba pensando que tal vez el libro nace de una clase que doy en el máster de edición de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde repaso mi trayectoria literaria con gente que quiere ser editor. Ahí fue donde me di cuenta, por ejemplo, de que había una asimetría entre lo que ellos piensan que es la vida de un escritor y cómo son en realidad nuestras condiciones laborales”, cuenta la autora que ahora ofrece a los lectores un puñado de páginas en las que salta de género en género y en las que, según ella misma, “hay resentimiento, pero también agradecimiento y amistad. Y amistad en claroscuro, porque tampoco es todo color de rosa en la amistad”.Después de algunos libros de ficción, ¿por qué ha vuelto a lo autobiográfico?Es que para una persona que escribe es imposible separar la escritura y el estilo literario de quién eres, de tus condiciones de vida, de tus condiciones materiales, de tu género, de tu clase. Tú puedes escapar de eso y escribir novelas, pero al final hay un impulso que tiene que ver contigo, con tu experiencia autobiográfica. En La lección de anatomía ya hablé en clave autobiográfica, vinculé mi cuerpo con la geografía y con la historia pero, de repente, me di cuenta de que ahí había escamoteado absolutamente todo lo que tenía que ver con mi trabajo como escritora. Sentí que la escritura, entendida como oficio y medio para ganarte la vida, era algo que parecía que me daba vergüenza y me pregunté por qué y también por eso empecé a escribir Los íntimos.¿Qué significa La lección de anatomía en su trayectoria literaria?En el año 2009 tuve muchos problemas para encontrar una editorial que la publicara. Me decían: ‘¿Qué importancia tiene la historia de una mujer heterosexual que habla de sus relaciones con otras mujeres?’ Pequeñas y grandes editoriales de toda la España me la rechazaron. Al final me la publicó RBA. Con el paso del tiempo, cuando empecé a publicar en Anagrama, a Jorge Herralde se le ocurrió rescatarla. Habían pasado unos años y al republicarse la novela se resignificó, tal vez porque el contexto ya había cambiado y las mujeres empezamos a ser más tomadas en cuenta. Pero lo que a mí se me quedó de esa novela fue… resentimiento. Porque me hizo sentirme como una escritora que va transitando por la selva con un machete entre los dientes. Pero eso lo digo ahora, desde la conciencia de cierto privilegio por haber conquistado cierto territorio, aunque sé que no es un territorio cien por ciento seguro.Y ahora, después de más de tres décadas, ¿cómo se lleva con la industria editorial?Mis relaciones con ella son agridulces. Oscilo en esa franja que va del resentimiento a la gratitud. Me costó empezar a publicar, pero en los últimos años estoy muy agradecida con Anagrama porque me ha dado visibilidad y, además, hemos podido tejer una confianza gracias a lo que la editorial llama “política de autor.”Los íntimos es, sobre todo, una crónica del mundillo literario, lleno de sus colegas y de intrahistorias del mundo editorial. ¿Cómo construyó esta constelación de lugares y gente?Primero, este libro es una crónica autoparódica. Ahí están mis mezquindades, mis insatisfacciones, mis angustias, mis placeres, mi pan y mis rosas. Porque para mí era importante reflejar lo que está dentro de la literatura y no se habla, porque parece que son cosas que la ensucian: el dinero, lo que recibes por tu trabajo, las neurosis, el malestar por la inseguridad económica, lo perverso. Por otra parte, también quería contar qué significa tener íntimos en este oficio y cómo todos necesitamos tener una red de amistades maravillosas en las que te puedas apoyar para poder continuar, pese a las agresiones, la competencia, la exigencia… En medio de todo esto hay gente que me cuida y yo los cuido a ellos. Hablo de muchos escritores, pero también están los lectores. Porque los lectores son quienes completan el proceso de la literatura. A lo largo de mi carrera siempre he ido a muchos clubes de lectura y lo que me han dicho muchos lectores me ha servido para explicarme a mí misma mis libros.Y de todos los que habla aquí, ¿quiénes son sus íntimos?A ver, los íntimos son las personas que han sido fundamentales para bien y para mal en los más de treinta años que llevo escribiendo. Primero está la intimidad que vinculo con la familia. Empiezo por mi abuelo, un mecánico melómano, y ya eso define quién soy. Soy una persona que viene de la clase trabajadora que hacía esfuerzos ímprobos por ilustrarse. Recuerdo que mi abuela tenía enciclopedias en fascículos y novelas compradas en quioscos de prensa, por ejemplo. Recuerdo que cuando mi abuelo se jubiló dijo que tenía que escribir sus memorias. Y las escribió con su caligrafía inglesa en un cuaderno cuadriculado, de espiral, con tapas azules. Mi abuelo fue la primera persona a la que le escuché decir ‘mi historia es importante y tengo que escribirla.’ Mi padre escribía poemas y pintaba. La que leía ficciones era mi madre, ficciones del llamado canon, que era esencialmente masculino, claro. Entonces: los íntimos son en primer término mi familia. Luego están los íntimos del mundo editorial: Constantino Bértolo, que fue mi maestro, luego mi editor y mi amigo. Ahora también Jorge Herralde, por ejemplo.¿A quién considera sus iguales?A todo aquél o aquélla que escribe. Porque el simple hecho de tomar la palabra para escribir ya merece cierto respeto. Pero sí que es verdad que tengo más empatía literaria con escritoras más jóvenes que yo, como Pilar Adón, Edurne Portela y Sara Mesa, Cristina Morales, Elisa Victoria… Para mí Pilar Adón es el ejemplo de escritora luminosa y desacomplejada que desde niña supo que ella tenía una relación especial con las palabras. Por eso es tan inteligente, tan sensible. Sus historias son sombrías pero su literatura es luminosa. Pero todas estas mujeres que he nombrado, y otras, de las que me olvido en este momento, son fundamentales para mí. Porque leo sus libros y aprendo de ellas y estoy en conversación constante con ellas. Personalmente y a través de sus libros.En el mundillo literario, ¿los privilegios también se heredan?Naturalmente. En este campo también hay castas y clases sociales. Porque en él la igualdad de oportunidades está determinado por la familia a la que perteneces, por si has tenido, o no, una biblioteca en casa, por si eres mujer u hombre… Entonces, el esfuerzo que tú tengas que hacer para ser visible provoca más dolor y más desgaste en unos casos que en otros. Yo soy una persona hipersensible y bastante neurótica, pero en eso tiene mucho que ver el sistema literario. Por los esfuerzos que he tenido que hacer, digo. Y, bueno, soy una mujer que puedo escribir porque me han cuidado. Tengo unos padres que me han cuidado. Ahora, en casa, mi marido me cuida. Eso repercute en que yo haya empezado a escribir desde joven y en que me ocupe de géneros que exigen gran concentración y tiempo. Otras mujeres solo pueden hacer cuentos, maravillosos cuentos, pero es porque no tienen tiempo para más. Además, en mi caso, como he dicho antes, soy una escritora nieta de un mecánico melómano, uno de esos trabajadores que confiaban en que la cultura sirve para mejorar la vida cotidiana de las personas. Hoy, por cierto, se ha abaratado mucho el concepto de cultura y ya solo se entiende como una forma de entretenimiento. En un sistema capitalista como el nuestro se espera que la cultura sea gratificante, que sea ocio y esa idea también se concreta en determinada manera de contar las cosas: seductora, no muy rebuscada. Pero para mí la literatura es más que eso.Al escribir este libro, ¿no tuvo la tentación de hacer un ajuste de cuentas?No, en todo caso he hecho ajuste de cuentas conmigo misma, con mi percepción de las cosas a lo largo del tiempo y mi incapacidad para ser justa con otras personas que me han podido rodear. En el libro hay una mayor exaltación de los vínculos de amistad y de la gratitud y no tanto del resentimiento. Yo podría hablar de mi trabajo como escritora contando que cuando era niña escribía relatos y tal. Y así quedaría bien y la gente diría ‘qué bonito’. Pero cuando una empieza hablar de lo que te hermana con el resto de compañeros de oficio, de los contratos, la relación con los lectores, la lista de los libros más vendidos, la competitividad, los premios y las becas, los rencores y agradecimientos, es decir, de lo reverso del mundo literario… todo empieza a chirriar y es porque se trata de algo social. Mucha gente piensa que quienes intentamos ganarnos la vida por medio de nuestra vocación es algo que no debe pagarse. Y, bueno, de eso hablo, entre otras cosas, aquí.¿Con Los íntimos se revela como una cronista social de su tiempo?A ver, el género de este libro me resulta inclasificable. No sé si es una crónica social, una memoria, una carta de suicido, porque cuento muchas cosas que no es común contar, o incluso un libro de viajes. Porque cuando te va bien con tus libros te invitan a muchos sitios. El libro tiene un poco de todo eso. Tal vez porque estamos en un momento en que el concepto de literatura está cambiando. Entonces es como si aquí se pusiera luz y taquígrafos sobre un momento en que la literatura intentaba trascender la literalidad. Porque, como decía antes, ahora resulta que eso ya no es así. Ahora hay editoriales que solo publican libros esencialmente explicativos, como si no confiaran en la inteligencia de los lectores. Eso es preocupante porque quiere decir que el lector, inmerso en un mundo digital, está perdiendo concentración y memoria. Hay una alteración, un terremoto tremendo que también se refleja en los textos. Como que se está devaluando el criterio, ¿no? No se pone en tela de juicio el discurso del mercado y del consumo. No obstante, creo que eso tiene algo bueno: la literatura se está convirtiendo en un coto de resistencia, de lentitud, para analizar la realidad. Pero también es verdad que ahora les pregunto a mis alumnos de la Escuela de Escritores: ¿vosotros qué queréis que os enseñe? ¿Mi experiencia, lo que yo creo que debe ser la literatura y la relación de la literatura con el conocimiento, o lo que queréis es saber cómo escribir para tener un éxito vertiginoso? Pues de esto último no tengo ni idea, les digo.¿En estas páginas hay ficción?Hay una búsqueda de un lenguaje para contar algo que tú has vivido de manera que no sea algo aburrido o tedioso. Entonces: hay diálogos que no fueron exactamente así. Pero lo que sí es verdadero y genuino son las emociones que comparto con los demás, y eso no es deformar, eso es transmitir una experiencia, y las huellas de esa experiencia, desde mi punto de vista. Mira: en la literatura la verdad es un concepto devaluado y debería ser un horizonte para que haya posibilidad de conocimiento, de belleza. Yo he escrito ficciones y así he hablado de mi contemporaneidad. O sea: las ficciones están llenas de esa verdad. Y cuando ahora he escrito autobiografía, sé que mi texto está empapado de ficción. Comparto cosas auténticas, aunque pueda haber distorsiones. Porque la autobiografía necesita de la imaginación.¿No le ha resultado difícil hablar de gente viva?Hablo de gente viva porque pueden defenderse. Estoy viva y puedo recibir las reacciones de la gente de la que hablo aquí. Eso es lo interesante, digo yo. Porque eso amplía la conversación. Yo no hablo desde fuera. Yo estoy dentro y hablo de personas vivas. Pero, repito, en ente libro no predomina el resentimiento, sino la gratitud.Es que al leer Los íntimos se nota que la literatura la ha mimado.Efectivamente. Y repito: eso ha sido mi pan y mis rosas. A ver, mi autobiografía es mi currículum, y en esa experiencia literaria y vital ha habido momentos dulcísimos y maravillosos, así como amistades absolutamente irrepetibles, pero también muchas zonas de fricción que veces no se ven porque la vida de quienes escribimos se suele plantear siempre desde una perspectiva muy fotogénica. Se nos saca en nuestros momentos de esplendor, pero no en nuestros momentos de derrota e incluso de precariedad económica. A los que escribimos se nos pide que tengamos la dinámica de las estrellas del rock and roll, un tipo de visibilidad permanente, que nuestras presentaciones sean espectaculares y hablemos muy bien en público. Y resulta que esa parte se está comiendo a otra muy importante: el oficio, el trabajo lento y reposado. Sin duda ninguna, nuestras condiciones de vida afectan a la escritura. He estado en Pekín, en Managua, en muchos lugares. Pero solo de paso. En realidad no he conocido gran cosa. Pero eso me ha servido para darme cuenta de que me gusta viajar, eh. Ahora, si puedo irme de vacaciones, me gusta hacer turismo y descansar. ¿Por qué? Porque para mí los viajes siempre han sido trabajo. En fin, yo he coincidido en ferias y congresos con escritores muy importantes, con grandes nombres. Un rato nada más, eso sí. ¿Eso significa que mi vida ha sido maravillosa? No. Eso no alivia todo por lo que he tenido que pasar.AQ