A finales de la década de 1950, Brasil llevó a cabo una de las construcciones más ambiciosas y rápidas de la historia moderna: la creación de Brasilia, su nueva capital, que surgió en tan solo cuatro años. Este proyecto, impulsado por el presidente Juscelino Kubitschek, no solo cambió la geografía política de Brasil, sino que también dejó una huella global como símbolo de la modernidad y el progreso.
La idea de trasladar la capital desde las costas hacia el interior de Brasil no era nueva, pero fue en 1956 cuando el gobierno de Kubitschek tomó la decisión de materializarla. Con el objetivo de descentralizar el poder y fomentar el desarrollo de las regiones interiores, Brasilia fue concebida para ser mucho más que una simple ciudad administrativa. Fue diseñado como un símbolo de un Brasil moderno, capaz de reflejar el futuro de la nación.
La construcción de Brasilia se llevó a cabo en un tiempo récord: en solo cuatro años, de 1956 a 1960, se erigió una ciudad completamente nueva, diseñada por el urbanista Lucio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer. Ambos se inspiraron en principios de la arquitectura moderna, y la ciudad fue planificada con una estructura innovadora que refleja un diseño único y audaz.
Brasilia no solo fue una capital, sino un conjunto monumental que marcó un hito en la arquitectura y el urbanismo mundial. Su plano fue concebido como una cruz, lo que simbolizaba tanto la expansión del país hacia el interior como la conquista de nuevas fronteras. Además, fue diseñada pensando en el automóvil, con amplias avenidas y sectores bien definidos para la vida residencial, laboral y comercial.
Brasilia, la capital de Brasil, es significativamente más grande que Lima, la capital de Perú, en términos de extensión territorial. Mientras que Lima cubre alrededor de 2.672 km², Brasilia se extiende sobre más de 5.000 km², lo que la convierte en una de las ciudades más grandes de Sudamérica. Esta diferencia de tamaño resalta no solo el alcance del proyecto, sino también la ambición de crear una ciudad que, además de ser funcional, pueda albergar una población considerable y facilitar el crecimiento futuro del país.
Aunque Brasilia fue planeada para una población de 500.000 habitantes, la ciudad rápidamente superó esas expectativas. El crecimiento desmesurado de la población obligó a la creación de ciudades satélites que rodean la capital, como Taguatinga y Ceilândia, las cuales hoy albergan a la mayoría de los habitantes de la región metropolitana.
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Aunque la ciudad fue criticada por algunos de sus problemas de planificación, como la falta de transporte público adecuado y la dependencia del automóvil, su impacto en la historia de la arquitectura y el urbanismo sigue siendo incuestionable. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987, destacando su importancia como un referente global de la arquitectura moderna.
A más de 60 años de su inauguración, Brasilia sigue siendo un símbolo del deseo de Brasil de proyectarse como una nación avanzada y moderna, a pesar de las dificultades que surgieron en su implementación. La ciudad continúa evolucionando, adaptándose a las necesidades de su creciente población, pero siempre recordando su origen: una capital futurista que cambió el rumbo del país en tiempo récord.