Támara Echegoyen acaba de anunciar que se retira de la carrera olímpica. Cuatro Juegos Olímpicos y un oro después, la gallega ha decidido ceder la caña para aportar su impagable experiencia desde otros frentes. Ha pasado casi media vida (unos veinte de sus cuarenta años) persiguiendo el sueño de las medallas y ha vivido situaciones de todos los colores: desde proclamarse campeona olímpica cuando nadie daba un duro por ella a vivir la agridulce experiencia de saborear la medalla de chocolate dos veces, ese cuarto puesto que en cualquier otro aspecto de la vida es una hazaña, pero que en los Juegos Olímpicos te deja un regusto a mojón en el paladar. Támara tiene muchos caminos que explorar: desde transmitir sus conocimientos al equipo olímpico actual a gestionar proyectos de regata, pasando por seguir explorando su relación con la vela oceánica, tras las vivencias que acumuló con el Mapfre y con el Guyot. Ahora le toca resolver esa ecuación entre ingresos, dedicación y disfrute, que son los parámetros que nos ayudan a todos a decidir los proyectos profesionales en los que nos embarcamos. Este año he tenido la suerte de pasar mucho tiempo con ella. Aunque llevo muchísimos años haciéndole entrevistas, el Sail Team BCN nos llevó a compartir camiseta por primera vez, ya que cometí la bendita locura de llevar la comunicación del equipo. Y me quedo con una cosa: su increíble calidad humana. La madurez y la profesionalidad con la que Támara ha gestionado un escenario que a cualquier otra persona le habría sacado su peor versión fue una lección de vida. Porque a este nivel navegar bien se da por hecho, pero lidiar con las tormentas en tierra es lo que forja a los campeones.