Las estampas que deja un recorrido por los pueblos más afectados por las inundaciones revelan lo mucho que se ha hecho pero también la enormidad de todo lo que queda por hacer
Un mes después en la 'zona cero' de la DANA: calles sin barro, drama de puertas adentro
Las estampas que deja un recorrido por las calles de la 'zona cero' de la DANA en Valencia cuando se cumple un mes de las inundaciones hablan de lo mucho que se ha hecho, pero también de todo lo que falta por hacer. Lo primero que salta a los ojos es, evidentemente, la limpieza de las calles que ya, en gran parte de los pueblos afectados, se pueden recorrer sin mucha dificultad, andando o en coche. Pero las cicatrices que ha quedan tras la riada están por todos los lados. En la tierra y también en el aire: hay una enorme cantidad de polvo y andar un rato sin mascarilla basta para sentir la boca empastada y la garganta que empieza a rascar. “En los días de poniente no se puede respirar. Por el polvo y por los olores que salen de las alcantarillas”, decía esta semana una vecina en Catarroja.
De la mayoría de las calles han desaparecido los coches destrozados que se acumulaban a un lado y otro de la calzada, empotrados en árboles o bajos comerciales. Ahora, la mayoría de los 120.000 que se calcula que se perdieron en la riada yacen en descampados en las afueras de los pueblos.
En las calles principales de Paiporta donde hasta hace tres semanas había un movimiento caótico de maquinaria pesada y vehículos de voluntarios, ya solo quedan los camiones de algunos bomberos que están terminando las operaciones de limpieza.
La limpieza de la calle no borra el recuerdo del nivel que alcanzó el agua, marcado por las manchas color ocre que se ven en todas las paredes: los muros exteriores, pero también los que quedaron al descubierto cuando la riada tiró los tabiques.
En las calles del barrio de las Barracas de Catarroja, en los últimos días se han vuelto a ver las furgonetas de reparto que han empezado a entregar los electrodomésticos que los vecinos han comprado o los muebles que llegan, a menudo, de donaciones.
En Alfafar, ya no se ve el trajín de voluntarios que se afanaban en limpiar los bajos de los pequeños chalets adosados de la calle de Ciudad de Calatayud.
“Aquí llegó a haber una ONU de voluntarios de todos los sitios: ingleses, neozelandeses, marroquíes, españoles de todas partes del país… Limpiamos el sótano gracias a ellos”, decía Paco González al principio de esta semana mientras con una espátula de hierro trataba de abrir la verja de su casa. El agua llegó aquí a más de dos metros de altura, cubriendo casi por completo la planta baja. “Es una cuestión de paciencia; has salvado la vida y hay que seguir viviendo”, añadía González que lleva en esta casa 32 de sus 79 años. Para este exdirector de una empresa de transportes, que ahora se dedica a la escritura, al teatro y a la poesía, la pérdida mayor ha sido la de los 3.500 libros de la biblioteca catalogada que tenía en el sótano. De la noche de la riada, no puede olvidar el “ruido terrorífico” que hacían los muebles al golpear contra las paredes y que él, su mujer, su nuera y su nieta de ocho años oían desde la primera planta donde se habían refugiado.
A pesar de que muchos sótanos y garajes se han vaciado, la situación sigue siendo crítica en Paiporta donde hay muchos parkings aún llenos de fango. En algunos hay un problema añadido: la contaminación por las aguas fecales que bajan por las tuberías que quedaron dañadas el 29 de octubre.
Los trámites para rescatar la documentación y presentar las solicitudes de indemnización han sido la prioridad este mes, una vez hechas las primeras labores de limpiezas para ver hasta dónde alcanzó la destrucción.
Muchos de los vecinos han tratado de rescatar del barro sus documentos y recuerdos más preciados. Esta semana, todavía se veían papeles puestos a secar en algunas ventanas. Detrás de una verja de un bajo de Catarroja, unos folios asomaban de un sobre amarillo: “Escrituras viejas de la casa”.
Como en las semanas del confinamiento de la pandemia, los primeros establecimientos que han abierto son farmacias y alguna peluquería. Pero aquí, en la 'zona cero' de la DANA, la referencia a la pandemia solo sirve a remarcar que “esto es muchísimo peor”.
Mientras se siguen enfrentando a las pérdidas materiales, los vecinos también empiezan a lidiar con el trauma colectivo que han vivido. Solo en Paiporta, los muertos son 45, según la última cifra oficial. Esta semana, a las puertas del supermercado en cuyo aparcamiento murieron varias personas, alguien había dejado un ramo de flores.