En uno de esos eternos veranos de juventud, un amigo acabó ligando con la chica de la que estaba profundamente enamorado otro del grupo. Preguntado por su estado anímico tras tremendo batacazo sentimental, el amigo en cuestión repuso lacónicamente una frase que quedó para la historia: «La verdad es que no le puedo poner un diez». Siempre encontré elegantísima esa forma de encajar una derrota, de asumir un desamor y de mantener todavía la fe en una amistad. Aceptaba la pequeña traición de nuestro amigo con resignación y deportividad al mismo tiempo que seguía creyendo en él. No quedaba otra. Nobleza obliga. A Mbappé, en este comienzo de temporada, la verdad es que tampoco le podemos poner un diez. Se...
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