El domingo se celebró la segunda ronda electoral en Uruguay. Ganó el Frente Amplio, partido de izquierda, que volvió al poder luego de haberlo ejercido entre el 2005 y el 2020. El candidato perdedor, de una coalición de partidos de centro-derecha, aceptó el resultado y coincidió con el ganador en la necesidad del diálogo político para sacar adelante una agenda de desafíos nacionales, entre ellos, la inseguridad ciudadana. El presidente Lacalle Pou, del bando perdedor, un político muy popular, se puso a las órdenes para una transición ordenada. La campaña electoral fue intensamente disputada, pero primó el respeto mutuo y la discusión sobre temas de fondo.
Lo que se espera en una democracia, pues. Lo normal. Sin embargo, cuando veo esa normalidad desde Costa Rica ¡qué envidia me da! Y para que nadie salga con un domingo siete, lo que celebro es esa normalidad cívica, la política sin insultos y pachucadas, el duelo de propuestas ideológicas y un sentido de país por encima de las diferencias políticas. Nadie recurrió a la polarización como táctica electoral. Si al final del duelo ganó el Frente Amplio, allá ellos con su escogencia.
Uruguay es una pequeña sociedad de unos 3,5 millones de personas, prensada entre dos gigantes, Brasil y Argentina, cada uno en su laberinto particular. Esa desventajosa localización le genera constantes amenazas. Sin embargo, los partidos políticos, frente a ese peligro, buscan puntos comunes en vez de dividirse. Se pelean todos los días por otro montón de cosas, pero reconocen la necesidad de preservar la estabilidad democrática y el espíritu reformista e innovador. Ojalá no pierdan ese terreno compartido.
Aclarémonos: Uruguay no es ningún paraíso terrenal. Es, sencillamente, la mejor democracia de las Américas, junto con la canadiense. Salió de una dictadura hace cuarenta años y sus élites entendieron que preservar la democracia no es defender el statu quo, sino abrir espacios a la innovación institucional y, también, evitar la polarización social que una mayor desigualdad económica trae.
Cosas que, por cierto, aquí se olvidaron y que abrieron las puertas de par en par a una crítica populista a nuestra democracia que tiene ciertos puntos válidos. Por cierto, al igual que nosotros, el Poder Ejecutivo uruguayo es débil y debe negociar con el Legislativo, pero allá nadie pide centralizar el poder. Prefieren hablarse.