La persecución contra María Corina Machado responde a una obsesión por parte de los capos del régimen venezolano que mantienen secuestradas las instituciones del país. Puedo dar fe de que todos esos acosos responden a una manía de vieja data, suman más de dos décadas de acoso, que suman agravios verbales, agresiones físicas y medidas judiciales que buscan paralizar sus acciones dentro y fuera del país.
A María Corina le arrebataron malamente su fuero parlamentario, antes la habían golpeado salvajemente dentro del hemiciclo legislativo, ante la mirada cínica de un Diosdado Cabello que no ocultaba su éxtasis, mientras miraba embelesado, por su odio congénito, como sus activistas cumplían la sucia misión de ultrajar a esa mujer que supo sobreponerse a esa escalada. No le perdonaban que María Corina se atreviera a denunciar la conducta antipatriótica de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro de ceder nuestros derechos y soberanía en el esequibo venezolano. No le perdonaban que María Corina se atreviera a decirle de frente a Chávez, que «expropiar es robar», al momento de enrostrarle de pie, cara a cara, en el salón de sesiones del Palacio Federal, la escalada expropiatoria que Chávez estaba promoviendo como parte de su nefasto Plan del Socialismo el Siglo XXI.
A María Corina le están facturando su consistencia política, sus definiciones ideológicas que no dan lugar a tornasoles ni a posturas camaleónicas. Le cobran esa tenacidad y constancia que la muestran como una mujer con ideales que le sirven para saber por dónde desplazarse, marcándole rumbos definidos a los venezolanos que creen en sus postulados.
María Corina es la mujer corajuda que no teme a las amenazas, que sabe la dimensión de los riesgos que se le asoman con la intención de detenerla en ese avance que no ha frenado sino que más bien acelera sus pasos para poder llegar hasta donde nos encontramos ahora.
Para la dictadura de Maduro, María Corina es una gigantesca roca en sus desgastados zapatos. Es la mujer que se ha mantenido luchando, sin treguas, día tras día, para hacer posible que realizáramos las gloriosas elecciones primarias el pasado 22 de octubre de 2023. María Corina es esa dirigente que, cuando proclama que «Venezuela está por encima de nuestras ambiciones personales», lo confirma en la vida real, si nos atenemos a que, después de haber sido malamente inhabilitada, no explotó en ira, sino que se mantuvo serena y reflexiva, transitando esa minada senda electoral y le dio el respaldo a Edmundo González Urrutia para que asumiría el testigo y cumpliera la honrosa misión de ser nuestro abanderado presidencial el pasado 28 de julio.
A María Corina no le perdonan haber organizado la legión de Comanditos a lo largo y ancho del país. Ese ejército de ciudadanos armados de la Constitución Nacional, de las leyes y reglamentos electorales, que realizó la heroica hazaña de acopiar las miles de actas con las que hemos podido demostrar la contundente victoria alcanzada con casi ocho millones de votos depositados a favor de Edmundo González Urrutia. Para Maduro resulta insoportable esa mujer de acero, que se desplazó por todos los rincones del país alborotando el avispero de la esperanza de un pueblo aletargado, que encontró en su voz el llamado de conciencia que movilizó a millares de familias que claman por la reunificación de todos sus hijos en el seno hogareño.
Por eso Maduro la persigue y la amenaza de muerte. Porque no es que simplemente busque someterla a prisión, es que realmente entre sus planes oscuros está contemplada su desaparición física. Esa es la verdadera intención de ese régimen que tiene y ve a María Corina como la «responsable de su desgracia». Así lo confiesa Maduro a Cilia en su círculo más íntimo; cuando delira, entre griterías ensordecedoras, ordenándole a sus esbirros que la sigan buscando, aunque sea «debajo de la piedras». De allí sus desvaríos y discordancias, ya que un día sale con sus peroratas en presentaciones televisadas asegurando que «María Corina se fue del país», y al siguiente día dice que «la estamos buscando dentro del territorio nacional». La verdad es que María Corina los tiene locos.
La persecución es la herramienta preferida y a razón de este ocaso madurista, la única arma disponible a falta de respaldo popular y del inocultable descalabro de su aparato partidista, cuyos activistas no ocultan el desgano que los embarga. Maduro pide desesperadamente orden de captura contra Edmundo González Urrutia, pero la Interpol desecha tal requerimiento por carecer de sustentabilidad. Maduro instruye a su fiscal de marras para que «abra un expediente contra María Corina», pensando que de esa forma la intimidará, como si no supiera de que madera está tallada esa mujer, que junto con Edmundo, lo ha sepultado debajo de una montaña de votos.
Lo cierto es que Maduro está en el medio de unas bandas que se pelean por el resto de ese botín revolucionario. Por una parte los hermanos Rodríguez (Delcy y Jorge) que se fajan con Diosdado Cabello, quien remonta la cuesta del poder a costa de los cadáveres políticos de sus supuestos «compañeros del alma», como lo era Tareck Al Aissami. Todos se odian entre sí, desconfían el uno del otro, pero, por ahora, los une el delito y el miedo de terminar como han terminado todos los ministros petroleros de Chávez y de Maduro.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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