En el este de República del Congo, en la provincia de Kivu Sur, la guerra entre el ejército congoleño y el M23 continúa. El ejército congoleño cuenta de su lado en los días buenos con las milicias Wazalendo, una suerte de brazo armado creado por civiles de la zona; el M23 actúa respaldado, según numerosos informes de Naciones Unidas, por el presidente ruandés, Paul Kagame. El hombre a quien acusan también desde Kinshasa de ser el máximo responsable de la debacle que comenzó con las primeras ofensivas del M23 en marzo de 2022. Sólo en la provincia afectada se calculan alrededor de 1.5 millones de desplazados internos, según los datos ofrecidos por la ONU durante el pasado mes de septiembre (la cifra superó los 2.5 millones en febrero de 2024).
Y las perspectivas de paz son endebles. Las reuniones periódicas entre representantes de República Democrática del Congo y de Ruanda en Angola, donde ambos lados han acordado cumplir determinadas promesas, concluyen inevitablemente en cada una de las ocasiones con el estampido de las armas. RDC acusa a Ruanda de armar al M23 y prestarle apoyo logístico; Ruanda señala que RDC acoge en su territorio a grupos armados que podrían suponer un grave riesgo para su integridad territorial. Y, por cada alto el fuego que logra acordarse, el M23 niega que sea vinculante a sus acciones por no encontrarse ningún líder del movimiento sentado a la mesa de negociaciones. De una forma frustrante, Ruanda puede armar y adiestrar al M23 pero es aparentemente incapaz de detener su sangría. Y la guerra continúa. Lejos de las cámaras, como es habitual.
Julián Gómez-Cambronero, autor del libro ¿A quién le importa el Congo?, comparte un breve resumen sobre la situación actual en Kivu Norte, donde la rutina de la guerra se ha implementado de manera definitiva: “la situación ha entrado en una rutina de desgaste sin grandes titulares y con el debate de la reforma de la Constitución [congoleña] como principal preocupación de los políticos. El M23 va avanzando y accediendo a zonas mineras, tanto que el Ejército ya se le está enfrentando, aunque parece que sin romper definitivamente la tregua”. No deja de resultar relevante que, en República Democrática del Congo, una nación inmensa y cruzada por cicatrices de tierra que hacen de caminos, la guerra de Kivu Norte suena muy lejos de Kinshasa, la capital, lo suficientemente lejos como para convertirse en un tema secundario. Una guerra. Un tema menor.
Las fuerzas de seguridad congoleñas se enfrentan, tal y como indica Gómez-Cambronero, con un grave dilema. La promesa del gobierno de respetar el alto el fuego acordado con Ruanda, alto el fuego que no respeta el M23 (que continúa sus avances), facilita la expansión del grupo rebelde sin que este se encuentre con apenas resistencia. El experto dice que “también vuelvo a leer denuncias sobre repoblación por el M23 con personas traídas de fuera de los territorios que controlan y en los que están imponiendo una administración paralela”. Hace escasos meses se hizo pública una fotografía donde aparecía un impuesto aplicado por el M23 en los territorios afectados, lo que casaría con la narrativa de los rebeldes: “liberar” a las poblaciones tutsis de Kivu Norte de un “gobierno opresor” que sería el gobierno congoleño.
Las posiciones de los rebeldes tienen su punto más favorable en la zona minera de Rubaya, conocida por sus importantes reservas de coltán y controlada desde hace meses por el M23. Rubaya, un nombre desconocido para el público general, se trata de una de las principales razones que permiten al público general utilizar un teléfono móvil (recordemos que el 80% de las reservas mundiales de coltán se encuentran en República Democrática del Congo), aunque no por ello importa más que un tropezón de Biden al subirse al Air Force One. En cualquier caso, un reportaje publicado recientemente por el medio francés RFI especificó que el 40% del mineral extraído de Rubaya “se pierde” de la mano de traficantes asociados con el M23, y que este coltán desaparecido termina cruzando a las vecinas Ruanda y Uganda. Donde luego subirá en los aviones pertinentes con dirección a Tailandia, Japón, China y Estados Unidos. De esta manera, Ruanda se ha convertido en uno de los mayores exportadores mundiales del coltán… sin contar con una sola mina de tantalita en su territorio.
La noticia es que no hay noticia. Que prosigue la rutina. Que la guerra es algo normal y relegado a un segundo plano en las rencillas políticas que se cuecen en Kinshasa. Que República Democrática del Congo sigue perdiendo sus riquezas por segundo siglo consecutivo y que las escaramuzas entre tropas gubernamentales y rebeldes se ven limitadas por las promesas que hicieron en Angola y que nadie cumple del todo. Gómez-Cambronero añade con una nota de pesimismo que “Kagame va ganando por completo la partida”. Y se vuelve difícil discutirle cuando el mismo reportaje de RFI afirma que RDC pierde, que se sepa, alrededor de 100 toneladas de coltán al año, incluyendo las pérdidas de Rubaya. Una cifra a todas luces mayor, si uno considera la evidente falta de control que tiene el Estado congoleño sobre sus recursos.
El único consuelo que nos queda a los europeos es que este 29 de noviembre será el Black Friday y que los precios de los aparatos electrónicos serán rebajados. De esta manera, las violaciones de mujeres, los desplazados que se cuentan por millones, las masacres, los traumas, los huérfanos y las viudas y la violencia continuada podrán justificarse al menos en la compra de un móvil nuevo. Compra un móvil a mitad de precio y patrocina una guerra en República Democrática del Congo. En verdad, es una oferta insuperable.