El sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman ya apuntó a principios de este siglo XXI en el que nos encontramos que la vida está transformándose en una 'sustancia líquida'. Es decir, que cada vez más aspectos de la existencia cotidiana están pasando a ser más 'fluidos', o sea, menos estancos, más inestables y cambiantes por su propia naturaleza.
La forma en la que consumimos en la actualidad poco tiene que ver con la que mantenían nuestros abuelos y generaciones pasadas, donde el tiempo de vida útil de un producto tenía gran peso a la hora de comprarlo. Ahora, acostumbrados como estamos al 'usar y tirar' y a la obsolescencia programada, tomamos menos en cuenta lo que puede dar de sí un bien, primando su utilizad 'aquí y ahora'.
Esto es más fácil de ver en los aparatos electrónicos como teléfonos móviles o electrodomésticos, que gracias a los grandes avances que se dan cada año, su tecnología queda muy superada cada poco tiempo. En sí mismo esto no debería suponer un problema, pero lo preocupante llega cuando la mentalidad que nos hace desechar un bien 'a la primera de cambio' se extiende a otras áreas de la vida.
Un abrelatas, por ejemplo, es una clase de objeto que difícilmente se tiene que comprar más de una vez en la vida, si no es por una falta de cuidado o porque se haya perdido en alguna mudanza. Puede avanzar mucho la ciencia de los abrelatas y crear algunos realmente sofisticados, pero los más básicos seguirán cumpliendo con sus necesidades básicas. Algo parecido debería ocurrir con los peladores de verduras, que mucha gente se deshace de ellos sin saber que en menos de cinco minutos podrían dejarlos 'como nuevos'.
Este tipo de aparatos de cocina, si son de una calidad intermedia (ni siquiera alta) y se conservan con algo de cariño y cuidado, deberían durar por muchísimos años, dado que ni siquiera son tan utilizados a diario como sí pudiera ser el caso de un cuchillo o una sartén. Volver a sacarle filo a un pelador de patatas (aunque valen para cientos de verduras y hortalizas) no lleva más de unos minutos, y puede extender su vida por muchos años más.
Para hacerlo, tan solo se necesita una lima convencional de uñas, de las de toda la vida. Se recomienda por seguridad proceder siempre con algún guante puesto para proteger las manos de posibles rozaduras o cortes imprevistos y evitar así alguna desgracia o daño. Tal y como explica DiegoRecicla (@diegorecicla), un creador de contenido dedicado a la divulgación del reciclaje y la reparación de utensilios, bastaría con darle unas cuantas pasadas con la parte más abrasiva de la lima.
De esta forma, y siguiendo el ángulo original del filo de la cuchilla del pelador de patatas, con tan solo pasarlo por toda la superficie durante unos 15 a 30 segundos, conseguiremos 'devolverlo a la vida', que vuelva a rasurar las pieles de las hortalizas 'como si fuesen mantequilla', como el primer día. Se debe parar de utilizar la lima cuando el metal de toda la hoja ya adquiera un brillo homogéneo.
Para acabar, es fundamental lavarlo bien con agua y jabón para que ningún resto de limadura de metal pueda contaminar nuestros alimentos y lleguemos a ingerirlos. También es importante secarlo después con un trapo seco y limpio a mano, pues así evitaremos la aparición de óxido o alguna otra clase de mancha sobre el metal. Este es un paso muy importante que muchas personas olvidan, y que constituye uno de los principales motivos por los que se arruinan algunos utensilios de cocina de metal, como el rascador, los cuchillos o incluso los corta pizzas.