La figura de Hurwitz se ha visto envuelta en un halo de misterio y controversia, siendo apodado el ‘hombre de Stalin’ en América Latina. Su historia refleja las complejidades de la política de la época y el impacto de las ideologías en la vida de los individuos. Acusado de estar detrás del atentado contra el presidente mexicano Pascual Ortiz Rubio, su vida estuvo marcada por la persecución política y la ideología comunista.
En 1932, Hurwitz fue encarcelado en las Islas Marías, donde enfrentó torturas y acusaciones infundadas. A pesar de no ser ruso, su cercanía al socialismo lo convirtió en un blanco fácil para las autoridades mexicanas, que buscaban culpables en medio de un clima de tensión internacional.
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Jacobo Hurwitz nació en Lima, Perú, en el seno de una familia judía que emigró en busca de mejores oportunidades. Desde joven, fue testigo de las injusticias sociales que marcaron su vida y su ideología política. Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde se destacó como líder estudiantil comprometido con la causa social.
Su activismo lo llevó a participar en diversas protestas y movimientos políticos, lo que eventualmente resultó en su deportación en 1924 por el gobierno de Augusto Leguía. Tras su exilio, Hurwitz se trasladó a Cuba y luego a México, donde estableció relaciones con figuras prominentes del comunismo y el socialismo.
El 5 de febrero de 1930, Pascual Ortiz Rubio asumió la presidencia de México en un contexto político caracterizado por el descontento y la polarización. Su llegada al poder, respaldada por el Partido Nacional Revolucionario (PNR), no estuvo exenta de controversias. Ese día, los eventos dieron un giro inesperado que conmocionó al país.
Durante la ceremonia de toma de posesión, Ortiz Rubio fue víctima de un intento de asesinato que dejó en evidencia la fragilidad de la estabilidad política del país. El ataque no solo puso en riesgo su vida, sino que también alimentó las tensiones entre diferentes facciones políticas y avivó sospechas de conspiraciones tanto internas como externas.
Las autoridades mexicanas actuaron con rapidez para encontrar a los responsables. Entre los señalados estaba Daniel Flores, identificado como el autor material del disparo. Sin embargo, antes de que se pudiera esclarecer su posible participación, Flores murió en circunstancias misteriosas, lo que dejó a los investigadores sin un testigo clave y aumentó las especulaciones sobre una conspiración para silenciarlo.
En medio de esta incertidumbre, la atención de las autoridades se centró en un hombre llamado Hurwitz, quien fue detenido a pesar de que no existían pruebas concretas que lo vincularan con el atentado. Hurwitz fue sometido a intensos interrogatorios, lo que reflejó la presión de las autoridades por mostrar resultados en un caso que generaba temor e indignación entre la población.
El intento de asesinato y sus misteriosas implicaciones continúan siendo un tema de debate entre historiadores, quienes analizan este evento como un reflejo de las tensiones políticas de la época posrevolucionaria y de la lucha por el poder en el México de principios del siglo XX.
En la prisión de las Islas Marías, Hurwitz vivió una experiencia desgarradora. Los carceleros lo acusaban de ser un “regalón de los rusos” y lo sometían a torturas para que delatara a sus supuestos cómplices. A pesar de las adversidades, Hurwitz mantuvo su inocencia y se negó a incriminar a otros.
Durante su tiempo en prisión, Hurwitz entabló amistad con José Revueltas, un destacado escritor mexicano. Ambos discutieron sobre filosofía y política, lo que permitió a Hurwitz mantener su espíritu crítico y su compromiso con las ideas que defendía.
Tras meses en prisión, Hurwitz regresó al Perú bajo el nombre de "Agustín Gutiérrez Elizalde" y permaneció en el anonimato durante un largo tiempo.
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Su historia, que había permanecido en el olvido, ha cobrado relevancia en la actualidad gracias a la investigación de Hugo Coya, quien ha rescatado su legado y lo ha presentado al mundo.
En medio de la indagación en la obra literaria ‘El Espía Continental’, el investigador Coya se refirió a Hurwitz como un personaje que tuvo grandes referencias en las ideologías que compartía: ''Hurwitz disfruta especialmente de contarle detalles sobre la cercanía que tuvo con su compatriota José Carlos Mariátegui. Hablándole sin rodeos a Revueltas, le explica hasta qué punto Mariátegui es un pilar de entendimiento político y cultural en su país”, escribió Coya.
En el libro no solo narra los eventos que rodearon el atentado contra Ortiz Rubio, sino que también ofrece una mirada profunda a la vida de un hombre que, a pesar de ser perseguido por sus creencias, nunca dejó de luchar por un mundo mejor.
En 1957, nuevamente volvió al Perú para retomar su actividad política. Durante este periodo, también se dedicó al cultivo y venta de rosas, además de trabajar como intermediario para una imprenta. En 1961, tras el golpe de Estado liderado por Ricardo Pérez Godoy, lo arrestaron y lo enviaron a la Colonia Penal Sepa. Sin embargo, su liberación llegó pronto debido a su estatus como intelectual y a problemas de salud.
En sus últimos años, ejerció como corresponsal en Lima para la agencia soviética TASS y dirigió el Movimiento Peruano por la Paz. En 1969, participó en el Congreso Mundial por la Paz en Nueva Delhi, India, y posteriormente visitó China y la Unión Soviética. Jacobo permaneció activo dentro del movimiento comunista peruano hasta su muerte en un accidente automovilístico en marzo de 1973.