Kabul. Cuando Zainab Ferozi observó que las mujeres de Afganistán caían en la pobreza con el regreso de los talibanes, utilizó sus ahorros para crear una fábrica de alfombras. Al igual que ella, muchas afganas lanzaron negocios para generar ingresos y recuperar su papel en la sociedad.
Ocho meses después de la caída de Kabul en agosto de 2021, Ferozi invirtió 20.000 afganis (aproximadamente $300) que había obtenido dando clases de costura. Con ese monto, abrió su taller en Herat, al oeste de Afganistán.
Hoy, explica con orgullo a esta agencia, logra cubrir “todos los gastos del hogar” y compensa la falta de empleo de su esposo, quien trabaja como jornalero.
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En su taller, trabajan 15 tejedoras que, como muchas mujeres en Afganistán, perdieron su empleo o el acceso a la educación tras la prohibición de estudiar después de los 12 años impuesta por los talibanes.
Bajo este “apartheid de género”, como lo describe la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el empleo femenino en el sector público cayó del 26 % a cero.
Tuba Zahid, de 28 años y madre de un niño, también emprendió luego de ser obligada a abandonar la facultad de Literatura. En el sótano de su casa, produce mermeladas y condimentos.
“Entré al mundo de los negocios para generar empleo y permitir que las mujeres tengan un salario”, dice Zahid sonriente, rodeada de sus empleadas, quienes visten batas blancas.
Con sus compañeras, prepara tarros de mermelada de higo y vegetales adobados que venden en el mismo sótano. Las mujeres, cada vez menos presentes en espacios públicos, enfrentan dificultades para acceder a mercados dominados por hombres.
“No hay comerciantes que vendan o promuevan sus productos”, lamenta Fariba Noori, quien lidera la Cámara de Comercio de las Mujeres (AWCCI) en Kabul.
Otro obstáculo es el limitado acceso a insumos. Las mujeres no pueden realizar viajes largos sin un tutor masculino de su familia, conocido como “mahram”. Esto representa un reto en un país donde cuatro décadas de guerra han dejado muchas viudas y huérfanas.
“Encontrar un mahram para conseguir materias primas es todo un desafío”, afirma Noori.
Pese a las barreras, la membresía de la AWCCI se ha multiplicado. Actualmente, cuenta con unas 10.000 afiliadas, en su mayoría pequeñas y medianas empresas, frente a las 600 grandes compañías registradas en 2021, según Noori, quien lleva 12 años al frente de la organización.
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Khadija Mohamadi creó hace dos años la marca “Khadija”, dedicada a la fabricación de alfombras y costura. Desempleada tras las nuevas restricciones del régimen talibán, ahora emplea a más de 200 mujeres.
“Me enorgullece que una mujer ayude a otra a ser independiente”, expresa Mohamadi, quien paga a sus trabajadoras entre 5.000 y 13.000 afganis al mes (entre $70 y $190).
Sumaya Ahmadi, de solo 15 años, comenzó a trabajar en la fábrica de alfombras de Ferozi para apoyar a sus padres. Sin poder asistir a la escuela y afectada por la depresión, encontró en el trabajo una vía de escape.
“En casa estaba frustrada. Ahora, trabajamos y eso nos hace bien; nuestros problemas psicológicos desaparecen”, explica Ahmadi.
Con su salario, asegura la educación de sus dos hermanos. “Como las escuelas están cerradas para las niñas, trabajo en su lugar”, señala.
“Les digo que estudien para que puedan hacer algo con sus vidas”, concluye.