En la búsqueda de soluciones energéticas más sostenibles y, sobre todo, económicas, el autoconsumo eléctrico se ha convertido en una de las alternativas más populares en Europa.
A medida que los precios de la electricidad aumentan y el cambio climático exige una transición energética urgente, los usuarios han ido creciendo en conocimiento y experiencia sobre los nuevos dispositivos que están viendo la luz en el mercado con el objetivo de democratizar la generación de energía renovable.
Los sistemas de autoconsumo energético tienen muchas ventajas, pues «se evitan redes de transporte y distribución y se obtiene energía a precios insignificantes, una vez amortizados los equipos», explica Miguel Ángel Martínez-Arocha, presidente de Anpier, organización de ámbito estatal que representa y defiende los intereses de los pequeños y medianos productores de energía solar fotovoltaica, y que cuenta con más de 5.000 asociados.
También, aunque más recientemente, la conciencia social sobre la sostenibilidad ha calado hondo en los hogares y, sobre todo, en las empresas, y esto ha llevado a que en numerosos edificios de las ciudades se hayan instalado estos sistemas de generación y autoabastecimiento energético. Entre estas innovaciones, los llamados balcones solares están ganando terreno en países como Alemania y Francia como una solución accesible para la producción de electricidad doméstica.
Sin embargo, existen otros métodos de generación de energía limpia que ya están usándose hoy en muchos hogares y edificios de oficinas españoles. Además, la mera producción ha dejado de ser el gran objetivo del autoconsumo, pues se ha dado un paso más con la instalación de baterías para almacenar el excedente producido, llevando al sector de la energía limpia y renovable al siguiente nivel en calidad y eficiencia.
Entre los sistemas más conocidos y extendidos en nuestro país se puede diferenciar entre dos modelos: los que generan y almacenan electricidad para el consumo doméstico y los que alimentan procesos secundarios como calentar agua o producir calefacción.
Los primeros, más conocidos por su implantación desde hace más años en nuestro país son, por ejemplo, los paneles fotovoltaicos instalados en azoteas y tejados, los ya mencionados balcones solares, los aerogeneradores domésticos y, más recientemente, las baterías de almacenamiento de la energía generada por los medios mencionados.
Entre los segundos, han ganado una especial popularidad los sistemas de aerotermia y geotermia, perfectos para sistemas de calefacción y de calentamiento de agua, lo que supone un importante ahorro en el consumo de gas natural y electricidad en los hogares y edificios de oficinas.
En países como Francia, además, muchas comunidades de vecinos utilizan un mismo sistema de autoconsumo para varios edificios o manzanas reduciendo aún más el coste de instalación y mantenimiento. Algunas empresas energéticas han probado a adoptar esta modalidad de autoconsumo en algunos edificios de nuestro país (colegios o polideportivos cercanos los unos de los otros), pero aún no se ha logrado pasar de la fase piloto, aunque prometen ser una opción muy interesante de futuro a medio plazo.
En cuanto al impacto del autoconsumo en el empleo y la economía de las potencias europeas, por quedarnos en el ámbito doméstico, Martínez-Arocha destaca que «en el ámbito de las renovables se ha producido un desarrollo sin precedentes, no sólo determinado por el autoconsumo, sino por el conjunto de despliegues de instalaciones fotovoltaicas necesarias para poner en marcha la transición energética. En este sentido, en España contamos con unos 30.000 MW operativos y unos 8.000 MW en fase de construcción, lo que nos colocará en breve en los 40.000 MW disponibles. Para comprender su impacto en empleo sirva como referencia que en el año 2018 nuestro sistema eléctrico disponía de 4.771 MW», unas cifras nada desdeñables.
Con todo, la excesiva regulación y burocratización de los procesos para instalar sistemas de autogestión energética que existe en nuestro país y el alto coste inicial son las principales trabas que se encuentran los usuarios que deciden implantar esos sistemas, aunque la amortización de los equipos está más que probada.
El elevado coste que supone su instalación en inmuebles que no sean de obra nueva hace que los usuarios se muestren reticentes a la hora de adoptar estas nuevas formas de abastecimiento energético, aun siendo una fuente de ahorro muy importante para las economías domésticas.
Sin embargo, la tecnología sigue evolucionando para ofrecer opciones diversificadas que cubran distintas necesidades de consumo. En un contexto de transición hacia energías renovables y de independencia energética, el autoconsumo seguirá creciendo en importancia en España y el resto de Europa. Además, con la evolución de las normativas, se espera que cada vez más ciudadanos puedan acceder a sistemas de autoconsumo que se adapten a sus hogares, reduciendo costes y promoviendo un consumo energético sostenible y más responsable.
De hecho, para Miguel Ángel Martínez-Arocha, la energía fotovoltaica es todavía la energía del futuro en España, sobre todo por el elevado número de horas de sol anuales que tenemos. Además, explica, «contamos con una senda de descarbonización de la generación de energía marcada desde la Unión Europa y un Plan Nacional Integrado de Energía y Clima que fija la potencia que ofrecerá cada fuente de generación y, en dicho plan, queda establecido que la fotovoltaica aportará 76 GW de potencia eléctrica en el año 2030, lo que la coloca, con mucho, como la tecnología que más energía aportaría a un mix que sumará en ese año 214.000 GW».