Hace algo más de un cuarto de siglo, la madre de un concejal sevillano pasó semanas enteras pendiente de que sus nietos huérfanos no viesen los telediarios. Se había hecho cargo de su educación y en los ratos libres del colegio les ponía en bucle dibujos animados para evitar que la televisión les hiciera pasar un mal trago. Se llamaba Teresa Barrio Azcutia y su hijo era Alberto Jiménez-Becerril, asesinado junto a su esposa Ascensión por dos sicarios de ETA a quienes la Audiencia Nacional tuvo que revocar hace dos años el tercer grado penitenciario concedido por el Gobierno vasco. Desde aquella noche de enero de 1998, su vida apagada este sábado no tuvo otro sentido que el de enderezar...
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