HUBO una vez una ciudad surrealista donde un tabernero o un sacristán tenían más notoriedad que el dueño de la Fasa Renault. Una Sevilla donde la fama la tenían Vicente el del Canasto y la Esmeralda. Aquella galería de personajes populares eran elementos consuetudinarios del paisaje. Una mano en los ojos al esquivar un coche, una voz aguardentosa y un traje de flamenca, un trovador con bigote y coleta, el silbido de 'Amarguras' o un simple tambor rufando conectaban con lo más profundo de la memoria colectiva. Aquella ciudad se nos está yendo por el camino más corto para herirnos como pueblo por la pérdida de identidad. Viendo a Antoñito 'Procesiones' alrededor de los pasos con la melodía de Font...
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