Hoy quiero confesarles que soy uno de los miles de sevillanos que se ha quedado sin sillas para la Magna. Reconozco que me ha dado mucho coraje y que en las últimas horas he pecado de envidia hacia quienes han tenido más suerte que yo en esta aventura. La pregunta sobre qué habré hecho mal en esta vida para quedarme sin tan preciado tesoro para un cofrade martillea mi mente desde entonces y todavía tengo, por más exagerado que les parezca, ese mal cuerpo de la ansiedad que me generó la tensión de ver girar constantemente el circulito de la interminable cola digital que no conducía a ninguna parte. Sí, lo confieso. Soy un analfabeto de las tecnologías que seguro...
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