La cumbre de la APEC dio la oportunidad al alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, para anunciar su “revolución del transporte” para hacer de Lima una potencia mundial. Una potencia mundial con tecnología de 1980.
Entre bombos y platillos, en el marco de la cumbre, se dio la firma de un convenio entre la Municipalidad de Lima y la empresa estadounidense Caltrain, con la presencia del secretario de Estado de EEUU y el ministro de Transportes de Perú. El convenio consistió en la “donación” de 19 locomotoras y 90 vagones de dos pisos para la implementación de un tren de cercanías para la ruta Desamparados–Chosica, que, según el anuncio, beneficiará a 200.000 ciudadanos diariamente. Los trenes, construidos en 1985 y puestos fuera de circulación en California como parte de un proyecto de modernización (que reemplazó estos trenes a diesel por trenes eléctricos), supuestamente, estarían operativos en 2026, e implicarán que la Municipalidad de Lima desembolse 7,5 millones de dólares por concepto de “aceptación de la donación” y 17 millones de dólares por el traslado e instalación.
El anuncio ha generado controversia. Desde el alcalde tildando, para variar, de “caviares y comunistas” a todos los que critican la operación y usando las redes sociales de la municipalidad para increpar a la prensa por hacer su trabajo de cuestionar, hasta oposición radical de algunos líderes de opinión tildando los trenes de “chatarra”.
Seamos justos en el análisis. Un tren de cercanías debería ser una buena noticia para un montón de limeños que podrían acceder a un transporte más rápido. Hoy en día, el 48% de los limeños viaja entre 1 y 2 horas al día, y el 21% más de 3 horas, gracias a la genialidad de la privatización del transporte público en los 90 y a la incapacidad de múltiples gestiones para atacar el problema del tráfico (la gestión López Aliaga incluida). En este escenario caótico, reducir el tiempo de cualquier ruta, sobre todo una que hoy demora al menos dos horas en transporte público, debería ser bienvenido. Por otro lado, si bien es cierto que los trenes son antiguos, fueron utilizados hasta hace poco y parecen estar operativos, lo cual permitiría una implementación relativamente rápida (salvo entrampamiento por la inoperancia del liderazgo de la MML o el MTC, factor que nunca podemos descartar). No parecen ser chatarra así la empresa los hubiera estado liquidando como tal. Y, finalmente, pagar “solo” 24 millones de dólares por 19 trenes, por más que sean antiguos, parece un ser un buen precio, considerando que Caltrain pagó $551 millones por sus nuevos 96 trenes (5,7 millones de dólares por tren) y la renovación de trenes de cercanías en Madrid costó 204 millones de dólares por 29 trenes (7 millones de dólares por tren).
Ahora, eso no quita que López Aliaga nos quiera agarrar de idiotas con su manejo y anuncio de la operación. En primer lugar, ¿en qué clase de donación se paga un “derecho de aceptación” de 7,5 millones, que es coincidentemente el monto al que la empresa buscaba vender los trenes para ser desmantelados? Esto más parece una compra a precio de remate establecido por el vendedor. Mientras acá se anuncia como donación, el comunicado de la empresa habla de que están recibiendo un “reembolso” de 6 millones de dólares y la prensa californiana habla de una venta. Una venta a bastante menos, dicho sea de paso, que los 1.000 millones de dólares que el alcalde quiere hacernos creer que valen los trenes; ¡ni los trenes nuevos de Caltrain valen tanto! ¿Cuál es, entonces, la necesidad de decirnos que es una donación? ¿Por qué el alcalde no nos habla de una compra a un precio bajo? ¿Será que, justamente, el cuento de la donación es para saltarse algún proceso de contratación o atribuirse la competencia de otra institución? Y dicho sea de paso, ¿alguien quiere que le done mi laptop antigua a 1.000 soles más transporte?
En segundo lugar, esto tampoco es parte de ninguna “revolución del transporte”. Detrás de la “donación” no hay expediente técnico ni planificación alguna. Tampoco está relacionada con un plan mayor para arreglar el tráfico de Lima de manera integral. Ni siquiera es competencia de la Municipalidad de Lima, sino de la ATU, que parece estar pintada en todo este asunto. Más aún, López Aliaga y compañía son abanderados de la contrarreforma del transporte, ¿o acaso ya olvidamos cómo apoyaron la formalización de los colectiveros informales? ¿De todas las trabas que pusieron a la construcción de la línea 2 del metro de Lima? No, esto no es parte de ninguna revolución del transporte. Esto es más como esa compra impulsiva que hacemos en la caja del supermercado cuando vemos un descuento. Y que, de ahí, increpados por el gasto, tratamos de justificarnos en el “ofertón” que acabamos de aprovechar. Es como comprar Sublimes a 19 por 1, pero en la magnitud de 24 millones de dólares y con la plata de todos los limeños.
Este último punto es particularmente importante. La sostenibilidad de la inversión. Tanto en su dimensión económica como ambiental. Lo barato sale caro, me decía mi mamá mientras me comía el teflón de mi sartén barata. Y en ese sentido, cualquier obra que implique endeudamiento público (la municipalidad tendría que emitir bonos para pagar la “donación”) debe ser planeada y estudiada. Si bien estos trenes antiguos aún tienen vida útil, ¿cuánto tiempo más podrán durarnos? ¿Alguno de los responsables ha evaluado si el gasto en mantenimiento vale la pena comparado con invertir un poco más ahora y comprar trenes más modernos? ¿Qué tan conveniente es que, mediante esta compra, ahora estemos atados a comprar alrededor 500 millones de dólares en rieles y sistemas a EEUU, como lo afirma el comunicado de la Casa Blanca? No afirmo que la respuesta a estas preguntas sea que la compra no tiene sentido. Sino que, precisamente, por hacer las cosas a la loca, improvisada e impulsivamente, sin una visión integral de la ciudad o del transporte, no podemos tener certeza de que esta sea realmente una buena alternativa. Y esto sin contar la sostenibilidad ambiental que poco o nada importa al alcalde, ya que también debemos cuestionarnos la conveniencia de invertir en trenes a diésel que, justamente, para que Caltrain accediera a los fondos públicos para reemplazarlos, debían ser desmovilizados por ser contaminantes.
Una de las promesas emblema del Gobierno de Gabriel Boric es el plan Trenes para Chile. Mediante este, Chile estudió e implementó una serie de inversiones coherentes para la mejora de su conexión vial, que han resultado en la implementación de trenes nuevos, modernos y ambientalmente sostenibles que han reducido 80 minutos de viaje en el tren Santiago–Chillán, inaugurado el tren más rápido de Sudamérica en la ruta Santiago–Curicó, e iniciado el diseño del proyecto Santiago–Valparaíso. Así es como se hacen políticas públicas. Con visión, planificación y ejecución.
Pero este no es el estilo de Rafael López Aliaga. Lleva cinco años hablando de convertirnos en potencia mundial. Pero la improvisación de su gestión en Lima lo pinta de pieza a cabeza. Desde tirarles arena a las piscinas, pasando por sobrepagar por motos, y ahora a improvisar con el transporte. ¿Qué capacidad tiene este señor de convertirnos en potencia de algo si su gestión es un solo de improvisación seguida de berrinches contra sus legítimos críticos? Próximamente, veremos cómo seguramente renunciará a la Alcaldía de Lima para tentar la presidencia. Y querrá vender nuevamente el cuento de la potencia mundial. Tengamos en cuenta que para salir de la crisis política, económica y social en la que estamos, necesitamos líderes con visión, no charlatanes que inventen sobre la marcha y quieran convencernos de que tienen idea de qué están haciendo.