La actriz sevillana debuta como directora con ‘Rita’, que se proyecta en el mismo Festival de Huelva que le otorgará el premio Luz
El Festival de Huelva arranca este viernes su 50ª edición reconectando Andalucía e Iberoamérica
Paz Vega (Sevilla, 1976) recuerda que su primera experiencia con la escena fue dirigir una obra de teatro en el colegio. “Y desde que dije que quería ser actriz, sabía también que acabaría dirigiendo”, añade. Claro que antes ha pasado más de dos décadas encarnando todo tipo de personajes, y desde que concibió su primer proyecto hasta que logró estrenarlo en Locarno han pasado siete años. Para ella, ha valido la pena: la recepción de Rita ha dejado la impresión unánime de que se trata del primer peldaño de una prometedora carrera como cineasta.
El público del Festival de Huelva de Cine Iberoamericano ha disfrutado de este debut que refleja la vida en un barrio sevillano de mediados de los años 80 del siglo pasado desde una perspectiva infantil, con la violencia doméstica como asunto de fondo. “Para mí es una historia apolítica, no hay discurso ni maniqueísmo de ninguna clase”, asevera. “Quería simplemente poner el foco en algo que sigue pasando, pero que no suele verse desde el punto de vista de las víctimas colaterales. He puesto la atención en ellos, en cómo sufren, cómo a menudo no entienden qué pasa a su alrededor, cómo se defienden con sus medios. No quería hacer una película grotesca, ni obvia, ni tremendista. Rita es un cuento, tiene ese halo de niños que medio escuchan, que ven pero no ven, y que a través de su imaginación logran evadirse”.
A diferencia de Alfred Hitchcock, que presumía de no trabajar nunca con niños ni con perros, Paz Vega no solo no ha tenido ningún problema en trabajar con unos y otros, sino que está encantada de haberlo hecho. “Ha sido un viaje precioso poder trabajar con esos tres niños que son tres ángeles. Sofía, la protagonista, tiene algo, un germen muy bonito para ser actriz; conoce este oficio e instintivamente lo ha sabido asimilar con mucha inteligencia. Son tres pequeñines que han confiado en mí, me han dado la mano y se han dejado llevar. Pero hay que elegir bien, trabajar previamente, jugar mucho con ellos, ver cómo funcionan juntos, qué energía se crea con ellos”.
Y aunque el tema que se aborda es por desgracia de absoluta vigencia, la elección de aquellos años es más que deliberada. “Me apetecía entrar en esa época, cuando se aprobó la Ley del Divorcio, y ver cómo todavía se cuestiona a muchas mujeres por qué no se van de su casa, por qué aguantan algunas cosas… Reflexioné sobre lo solas que se sienten y las dificultades con las que chocan cuando deciden dar el paso, o los conflictos que afrontan las madres solteras. Y tengo también claro que el machismo es una cuestión transversal, que no entiende de clases sociales, razas ni acentos”.
Su fe en que el cine puede ayudar a crear conciencia al respecto es absoluta. “En las películas contamos con la emoción. Cuando cuentas algo que llega al espectador desde un lugar menos racional y más emocional, la reflexión que genera en ti es más profunda. La insensibilidad ante los titulares de la prensa ha acabado siendo tremenda, los dramas se reducen a una estadística, pero cuando lo conviertes en ficción el impacto es mayor. No es que el cine deba tener una función educacional, para mí es sobre todo entretenimiento, pero si además ayudas a generar un pensamiento y a hacer que quien lo ve sea mejor persona, resulta aún más bonito”.
El paso de la interpretación a la dirección, aunque nada extraordinario, “podría ser aún más habitual”, defiende. “Los actores tenemos mucho que expresar, pasamos mucho tiempo siendo dirigidos, adaptándonos a las necesidades de unos y otros, hasta que llega un momento que te preguntas, ¿por qué no agarrar la cámara y contar algo desde mi perspectiva?”. No obstante, cuando se da el paso “ves que el trabajo, la implicación y el compromiso son mayores. Entre la idea abstracta y la película terminada hay mucho trabajo”.
Cuando se le pregunta qué directores, de todos aquellos para los que ha trabajado, han dejado una huella mayor en ella o le han influido más, evita dar nombres. “Si te digo la verdad, no pienso en ninguno en concreto. Todos me han influido, para bien o para mal, en el sentido de mostrarme también qué no quiero hacer. Pero mi manera de dirigir ha sido muy intuitiva, basada en la pasión, en el respeto al equipo y las ganas de que todos nos sintamos remando en el mismo barco y al mismo tiempo. Cuando tienes que levantarte cada día a las 5 de la mañana, si crees que vas a sufrir, es algo terrible. No puedo permitir eso, hay que crear un ambiente alegre y familiar, aunque luego te encuentres mil problemas y todo sea una contrarreloj continua”.
Por otra parte, la excelente acogida de Rita por parte de los espectadores y la crítica ha venido acompañada de una sensación generalizada de sorpresa, como si pocos esperaran que Paz Vega pudiera hacer un producto de tanta sensibilidad y profundidad como este. “Lo he notado, incluso en algunas entrevistas me han dicho ‘no me esperaba algo así'. ¿Y qué te esperabas? Eso denota que había algunos prejuicios pesando sobre mí. A veces es difícil deshacerte de ellos. La gente creía que me conocía, y esta película ha demostrado que no es así para nada. A mí solo me conoce mi familia y mi círculo de amigos más cercano, y la gente con la que trabajo. El público se crea su fantasía, por eso ha sido bueno y sorprendente mostrar otra faceta de mí”.
Una faceta, por cierto, que ya no parece tener vuelta atrás, según ella misma reconoce: “Me gustaría que esto no fuera una anécdota, claro. Tengo otro guion terminado y otra idea que se me ha cruzado como un flash y a la que ya estoy dando vueltas. Solo espero que los siguientes proyectos no tengan que esperar tanto tiempo”.