Durante tres años, el estadounidense Keith Closs tocó el cielo al jugar en la liga de baloncesto más importante del mundo: la NBA. Fue parte de Los Ángeles Clippers, donde portó el número 33 en honor a su ídolo de infancia, Kareem Abdul-Jabbar.
A los 21 años, Keith, oriundo de Hartford, Connecticut, recibió la llamada por la que había luchado toda su vida, tras compartir la cancha con figuras como Kobe Bryant y Derek Fisher, durante un campamento de verano organizado por Los Ángeles Lakers.
En sus campañas en NBA enfrentó a figuras como Michael Jordan, Shaquille O’Neal y Hakeem Abdul Olajuwon, entre otros monstruos que dominaban los rectángulos del mejor baloncesto delo planeta.
Sin embargo, aquella oportunidad fue el comienzo de su mayor desafío. Detrás de ese gran sueño estaba un joven con graves problemas de alcoholismo, heredados de un padre alcohólico que le daba cerveza cuando apenas aprendía a caminar.
Ese joven lleno de ilusiones y retos fue consumido poco a poco por el alcoholismo, hasta que su equipo decidió prescindir de sus servicios después de tres años. Esta situación lo llevó aún más al abismo de las adicciones.
No obstante, este gigante de 2,21 metros luchó contra sus demonios y contra la indiferencia de la sociedad y amigos, para aceptar sus errores. Hoy lleva 17 años sin probar una gota de alcohol y tiene un objetivo muy claro en Costa Rica: contar su historia a los jóvenes para que aprendan de sus errores y no pierdan oportunidades en la vida por las adicciones.
Con una voz grave y pausada, acompañado de su esposa, la costarricense Karla Leitón, el exjugador de la NBA explicó que busca ayudar a adolescentes de barrios como Pavas y otras comunidades del país, orientándolos a encausar sus vidas lejos de los vicios y problemas sociales, usando su historia como ejemplo, sin ocultar su pasado, pero demostrando que es posible dejar atrás los vicios.
Además, Keith, a través de la Keith Closs Skills Academy (teléfono 7053-17319), imparte entrenamientos en el Colegio Pan American y en distintos lugares del país, enseñando los fundamentos del baloncesto a jóvenes costarricenses que desean mejorar sus técnicas.
Desde joven, Closs consumía alcohol, se involucraba en pandillas y probó otros vicios en Los Ángeles, Estados Unidos, cuando se mudó allí con su familia. Sin embargo, su innegable talento y su amor por el juego y su esfuerzo en la cancha, lo hicieron destacar, y los Clippers le dieron una oportunidad.
“A pesar de que fui contratado por los Clippers, nunca dejé de beber; lo hacía antes y después de los partidos. Bebía de todo. En el equipo me insistían en que debía dejarlo, que mi carrera estaba en peligro, pero no hice caso. Nadie se metía conmigo; ningún compañero me dijo ‘basta, estás mal, vas a perderlo todo’. Cada quien estaba en lo suyo”, recordó Closs.
Finalmente, cuando los Clippers decidieron separarlo del equipo al final de la temporada (1997-2000), no podía creerlo, pero su adicción pudo más. Pese a ello, su habilidad fue valorada por otros equipos de divisiones menores, e incluso llegó a formar parte del famoso equipo Harlem Globetrotters, en el año 2000.
“Durante un tour con los Globetrotters, me empecé a enfermar a principios de 2001 por una intoxicación alimentaria. Dejé el equipo y probé suerte en Alemania e Italia, pero esos ambientes no me gustaron, y siempre el alcohol interfería en mi vida”, recordó Closs.
Desde su debut en los Clippers, Closs continuó ligado al baloncesto, en diferentes equipos de divisiones inferiores a la NBA, aunque siempre con la sombra del alcoholismo bajo sus hombros. Finalmente, en 2007 tomó una decisión que cambiaría su vida: luchar contra el mal que lo había aquejado y que le arrebató su sueño de jugar con las mejores figuras del planeta en la NBA.
“Un día desperté y empecé a analizar mi vida, a pensar en mi futuro y en lo que pasaría si no dejaba de beber. Decidí no volver a tomar. Luché contra mis demonios internos y logré estar siete meses sobrio. Entonces, John Lucas, un exjugador de la NBA que también sufrió de adicciones, me invitó a Texas para unirme a un grupo de jugadores que habían enfrentado el mismo problema”, añadió Closs.
Esa decisión le salvó la vida. Precisamente, durante un entrenamiento en Texas, se sintió mal y se desmayó, por lo que fue llevado de emergencia a un hospital, donde estuvo en coma por dos días.
“Cuando desperté, no recordaba nada. El médico me dijo que había sufrido una pancreatitis y que solo tenía una opción: dejar de beber o morir. Me sentí devastado, pero juré que no volvería a tomar. Pensé en mi hijo, en mi familia, y con mucha fuerza de voluntad, desde aquella advertencia, dejé el alcohol. Ya han pasado 17 años”, contó Closs.
Su rutina a partir de ese momento incluyó asistir a centros de rehabilitación, aceptar que tenía un problema, y participar en Alcohólicos Anónimos. También se le abrió la oportunidad de ser entrenador, lo cual lo llevó a China, donde conoció a su actual esposa, la costarricense Karla Leitón, profesora de idiomas, con quien más tarde se reencontró en Turquía y desde entonces no se han separado.
“Las personas siempre buscan desalentar a quienes luchan por cumplir sus metas. Muchos me dijeron que nunca llegaría a la NBA, pero usé eso como motivación para entrenar más duro. No podemos escuchar lo que los demás dicen, porque esas personas no controlan nuestros sueños”, enfatizó Closs.
Tener una esposa costarricense inspiró a Keith a venir a Costa Rica, abrir su academia, y también realizar trabajo social, buscando jóvenes con problemas a quienes ayudar, dando su ejemplo para que no se rindan en su afán de salir adelante.
“Hoy sigo en control de mis sueños. Nadie debe ser desalentado. Los jóvenes deben entender y creer que nosotros controlamos nuestra vida. Uno se ve en una posición, pero en el camino se da cuenta de que puede estar destinado a otro lugar y debemos luchar por ello”, concluyó Closs.