Giacomo Puccini se hizo universalmente famoso por su capacidad para pintar la lealtad, la abnegación o la solidaridad humanas. Por sus óperas desfilaron siempre las figuras femeninas, heroicas, creyentes o epítome de sacrificio. Las figuras masculinas, por el contrario, fueron muchas veces símbolo de antivalores, como el Pinkerton de Madama Butterfly, o el Scarpia de la Tosca. Algunos roles femeninos, empero, consagran la ambivalencia, como lo son el caso de la Musetta de La Bohème, o la infidelidad de Manon Lescaut.
Resulta difícil encontrar una ópera en la cual perviva la trampa por encima de la lealtad, o la vil mentira sobre la sacrosanta veracidad. Pero tal obra existe y asume desde un principio el carácter de una verdadera joya musical y psicológica. Se trata de una ópera non buffa, que sin embargo hace reír y que tampoco es sentimental, pero no obstante nos conmueve.
Gianni Schicchi es un verdadero cuadro de costumbres de la Florencia medieval, ubicable cronológicamente en la ciudad-estado posterior al Giotto. Está considerada como la ópera de mayor frescor que surgiera de la inspirada pluma del maestro de Lucca. Schicchi, que alcanza apenas los cincuenta y dos minutos, gira alrededor de su constante leit motiv; ese mismo espacio musical, cuya melodía se escucha modernamente en las voces populares y seudoclásicas, a la manera de un lazo indisoluble con la belleza de la melodía italiana.
Hablamos del O mio babbino caro. ¿Cuál otra melodía podría servirnos para llenar cuartillas divagatorias en torno a la estética musical del siglo XX? Puccini, fiel a su empresa y su estilo, asignó una de sus más bellas arias a la soprano comprimaria (Lauretta), como también dedicó al tenor apasionado (Rinuccio) la oportunidad de relatar en una hermosa romanza la historia del arte florentino que nos inspira de forma inmediata.
Ante todo, Gianni Schicchi equivale a una gran burla social: prodiga sarcasmo sobre la conducta de los dolientes que lloran hipócritamente ante el cuerpo del difunto, pero que reaccionan ex post facto contra su testamento; revive la sátira que trasciende épocas y costumbres; utiliza la ironía acerca de quienes pretenden educar con el ejemplo torcido; y, por último, establece una demoledora moraleja sobre la eterna fábula del burlador-burlado. Digámoslo con palabras más certeras: consagra la vieja historia del timador-timado.
No olvidemos que Gianni Schicchi –la ópera y no el personaje– forma parte de un corpus pucciniano; el único que el gran maestro luqués legó a la posteridad. Lo llamó Il Trittico, en tanto tal denominación genera automáticamente una interrogante: ¿Se sostienen por sí solas Il Tabarro o la estática Suor Angelica? Diríamos que no, puesto que ambas necesitan de su contexto. Gianni Schicchi se sostiene a sí misma, como trama, como urdimbre, y como música de gran relieve.
Muchos aficionados a la ópera ignoran que el personaje protagónico de Gianni Schicchi existió realmente, y que su historia ha llegado hasta nuestros días gracias al corto comentario que Dante realizara sobre este, en el canto XXX del Infierno. De acuerdo con Alighieri, los hechos que describen el gran pecado de Schicchi –suplantación seguida de estafa– ocurrieron en el siglo XII de nuestra era.
Durante di Alighiero degli Alighieri –nombre simplificado como Dante Alighieri– está considerado como el más grande de los poetas toscanos medievales, en su transición hacia el Renacimiento. Su pródiga imaginación hizo colocar a nuestro personaje –Gianni Schicchi– en el círculo octavo, fosa duodécima del Infierno, destinada por el poeta a castigar a los falsificadores. He aquí la narración refrendada por Alighieri:
L’una giunse a Capocchio,e in sul nodo
del collo l’assanò, si che, tirando,
grattar li fece il ventre al fondo sodo.
E l’Aretin che rimase, tremando
mi disse: «Quel folleto è Gianni Schicchi,
e va rabbioso altrui così conciando».
(…….)
«… Questa a peccar con esso così venne,
falsificando sé in altrui forma,
come l’altro che là sen va, sostenne,
per guadagnar la donna de la torma,
falsificare in sé Buoso Donati,
testando e dando al testamente norma».
(Una alcanzó a Capocchio y en el cuello
le clavó sus colmillos y, arrastrándolo,
le hizo rascar el vientre contra el suelo.
El aretino se quedó temblando
y me dijo: «Aquel trasgo es Gianni Schicchi,
que va atacando a los demás con rabia».
(…….)
«Logró pecar con él falsificando
su aspecto y adquiriendo forma ajena;
igual que hizo aquel otro que se aleja,
que oir quedarse con la mejor yegua,
testando suplantó a Buoso Donati
y otorgó validez al testamento».)
Como se deduce de la traducción del texto toscano, la acción endosada a Gianni Schicchi consiste en haberse hecho pasar por Buoso Donati, en el lecho de muerte de este, para luego suplantar su voluntad testamentaria colocando como único beneficiario a su querido amigo Gianni Schicchi. En la trama diseñada por Giovacchino Forzano –una de las más señaladas mentes literarias italianas de la primera mitad del siglo XX– se tradujo libremente la versificación anterior y se gestó una jocosa trama según la cual los dolientes del recién fallecido Buoso Donati, lamentan profundamente su muerte, en tanto había dado el paso supremo sin testar previamente. Rinuccio sugiere llamar a su amigo Gianni Schicchi, hombre experto en estas lides, que se burla de todos y que prepara las escenas a gusto de quienes lo contratan: «Ogni malizia di leggi e di codici, conosce e sa». Algunos parientes de Donati protestan por tal escogencia, alegando que Schicchi pertenece a la gente nuova –forma despectiva utilizada por la aristocracia florentina para designar a la nueva burguesía– pero, enfrentados a la dura realidad de la muerte ab intestato de Buoso Donati, toman la decisión de convocar al truculento Gianni Schicchi.
El personaje en cuestión se posesiona del sitio del fallido, reclama la presencia del Notario y empieza el proceso de inventariar sus bienes, uno por uno. Tras esto, dicta su voluntad al escribano, y lega los activos enumerados a su gran amigo Gianni Schicchi. Ninguno de los presentes musita palabra, puesto que tal conducta los pondría en evidencia. Resulta importante señalar que la pena común para los falsificadores era la mutilación: en consecuencia, al reo de tal delito se le cercenaba la mano derecha.
Schicchi se merece el calificativo de opera buffa, aunque de muy lejano parentesco con las comedias a las que Rossini puso genialmente música. Latu sensu es una «comedia negra», con un intricado argumento que hace reír al grande y al pequeño público: su música sublime –acaso la más perfecta que Puccini escribiera– la eleva a la categoría de obra mayor. El personaje principal es un furbo, término italiano que se traduce como astuto.
Resulta importante indicar que, desde su estreno neoyorquino, acaecido en 1918, Schicchi fue la favorita del público, que acogió favorablemente –aunque sin entusiasmo– a los dos restantes fragmentos de Il Trittico. Otro tanto ocurrió con el estreno europeo en el teatro Constanzi de Roma, y en las puestas en escena que regularmente se realizan. Conviene citar el original montaje que realizara el MET neoyorquino, con Woody Allen en calidad de reggiseur, y Plácido Domingo en el papel principal. Otro filme del mismo nombre, que alcanzó relevancia en 2021, fue encabezado por el gran actor italiano Giancarlo Giannini, que generó un Schicchi inolvidable.
(Continuará...)