- Vale. Si cometo un pecado, me arrepiento, voy y me confieso, recibo la absolución y quedo libre de culpa y de responsabilidad por ese pecado.
Y, ahora, ¿cómo reparo el daño?... A lo mejor no se ni a donde a llegado, ni a quién, cuál ha sido su repercusión real o su trascendencia.
- Tienes mucha razón cuando hablas de la dificultad de conocer el alcance del pecado.
Para vislumbrar su verdadero valor hay que mirar al Crucificado.
En las burlas, los golpes, los latigazos, las espinas, los clavos, las traiciones,… se manifiesta la malicia del pecado, así como el amor del Redentor.
Si tu escupes a la cara de Jesucristo (eso es el pecado), contribuyes a desfigurar su rostro y hacer irreconocible al Hijo de Dios.
Aunque ya te haya perdonado, ¿no parece de justicia enjugarlo al menos?
Cuando lo haces, no sólo le limpias el rostro, también estás desempañando su imagen en tu mente y en tú corazón.
La bondad infinita del Señor no se detiene en el perdón, sino que te ayuda en la reparación, de la que se sigue la tuya propia, para que quedes completamente limpio de mancha. Ese es su deseo cuando perdona, hacerlo totalmente, porque ama de verdad.
Reparar el daño no es pues un ajuste de cuentas, sino otra manifestación más del amor que Dios nos tiene, y que no se conforma con un "más o menos" para nosotros, sino nos desea perfectos, como El lo es. ¡Casi nada!
- No se que decir. Esto me supera. Habrá que darle varias vueltas, y con calma.
- Claro, piénsalo. Y no olvides que aún queda pendiente de curar, en nosotros mismos, la lesión que el mal nos ha causado, porque el pecado siempre deja llaga.
Ésta es la segunda consecuencia del pecado, la huella que nos deja. La primera consecuencia, en el grave, es privarnos de la comunión con Dios, y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la "pena eterna" del pecado; y la segunda, son las “estrías” que deja en el alma, que se conocen como la “pena temporal”. Arrugas o hendiduras más o menos profundas, escasas o abundantes. El camino que toman las decisiones de la voluntad se ve grabado con inclinaciones hacia esas oquedades, a las que una y otra vez tiende, mientras no se allanen y se hagan desaparecer.