Los camposantos fueron desmantelados para construir viviendas, a medida que la ciudad se expandía en el siglo XX más allá de sus murallas históricas
Cuando aparecieron 650 cadáveres enterrados bajo la calle Arapiles
Los enterramientos medievales seguían la costumbre en Madrid, al igual que en otras poblaciones cristianas, de guardar a los fallecidos en el interior de las ciudades, normalmente cerca de los templos. Unas primeras sepulturas de las que se tiene poca constancia. Pero un decreto de Carlos III a finales del XVIII y la posterior llegada de las tropas napoleónicas a la capital trajeron prácticas más higiénicas que obligaron pronto a sacar fuera de las murallas a los muertos, con objeto de evitar las enfermedades asociadas a los cadáveres.
A principios del siglo XIX José Bonaparte estableció la construcción de dos cementerios civiles, uno al norte de la ciudad y otro al sur, para unos enterramientos que cada vez eran más abundantes por el aumento de la población. A su vez, la Iglesia Católica iba abriendo otros camposantos en los alrededores de Madrid, algunos de los cuales sobreviven hoy y otros fueron desapareciendo según iba creciendo la capital. Muchos de ellos han dejado huella en el callejero urbano, en forma de calles o grandes descampados donde se han llegado a levantar hasta estadios. Otros fueron sustituidos por bloques de pisos, donde muchos de sus habitantes viven ajenos al fúnebre pasado de la tierra bajo sus pies.
El primero de los lugares civiles para enterramientos era el Cementerio General del Norte, que se levantó en lo que hoy es el barrio de Arapiles, en Chamberí. Se encontraba más allá de la Puerta de Fuencarral, junto a lo que hoy es la calle Magallanes, al lado de la glorieta de Quevedo. Se llegaba a él desde la pequeña calle Arapiles y ocupaba lo que hoy sería el antiguo Corte Inglés de la zona, además de un edificio de viviendas de Magallanes, casi esquina con Fernando el Católico.
Este cementerio fue construido bajo un proyecto de Juan de Villanueva, tenía la particularidad de albergar varios patios con nichos -una forma de enterramiento poco habitual- y funcionó durante aproximadamente un siglo hasta su demolición en torno al inicio del XX.
Las tapias se derribaron, pero muchos cadáveres quedaron allí, porque en el año 1994 fueron encontrados 650 cuerpos durante las excavaciones previas a la construcción de un parking. “Mientras excavábamos, se abrió un hueco y vimos la fosa. Estaba en un pozo con cuatro minas dispuestas en forma de cruz” recordaba en conversación con Somos Chamberí uno de los operarios que descubrió el osario, quien asegura que muchos restos presentaban agujeros de bala en el cráneo.
El siglo XIX fue una época de construcción de numerosos camposantos en Chamberí. Además del citado Cementerio General del Norte, había otros tres cementerios de diferente tamaño. Cerca del lugar donde se encontró el osario de Arapiles se asentaba la Sacramental de San Ginés y San Luis. Y subiendo lo que hoy es la calle Magallanes había una enorme y larga tapia (a mano izquierda) que marcaba, a continuación del anterior, los límites del Cementerio de La Patriarcal. Al lugar se le conocía popularmente como el Callejón de los Cementerios, y discurría con el nombre oficial de calle de Aceiteros hasta la zona donde actualmente empieza la calle Guzmán el Bueno, junto al Metro del mismo nombre. Si lees Aurora Roja, de Pío Baroja, encontrarás una buena descripción de cómo era entonces el barrio.
Estos lugares para el descanso eterno se clausuraron a partir de 1884. Ese año se abrió el camposanto de La Almudena para dar cabida al creciente número de fallecimientos que registraba una capital como Madrid, aunque las crónicas indican que se siguieron utilizando de modo informal durante al menos dos décadas más.
Algo más de tiempo duró el cuarto cementerio de Chamberí, el de San Martín, San Ildefonso y San Marcos, que ocupaba el espacio exacto donde hoy está situado el Estadio de Vallehermoso y el polideportivo municipal anexo. Las dos sacramentales citadas en los párrafos anteriores abarcarían el actual Parque Móvil del estado, además de buena parte de la Colonia San Cristóbal y las manzanas situadas más al sur, entre las calles Vallehermoso y Magallanes, hasta prácticamente el cruce con Casarrubuelos.
La clausura de todos estos enterramientos originó un periodo de abandono y unos años que podemos imaginar tétricos si nos imaginamos paseando por estos lugares sin mantenimiento, llenos de tumbas rotas, nichos derruidos, a la espera de un ordenamiento urbanístico que obligara a la exhumación y traslado de todos los cuerpos. Esta situación se hizo notar especialmente sobre los terrenos de La Patriarcal, que empezó a ser conocido como el Campo de las Calaveras, por ser escenario de juegos infantiles de pelota y similares, en los que se acababan encontrando huesos de los allí enterrados décadas atrás.
La mitad sur de Madrid alojaba muchas más tumbas que al norte pero, a diferencia de los que ya hemos comentado en este artículo, muchos sobrevivieron. Es el caso del actual Cementerio de San Isidro, la Sacramental de San Justo o la de San Lorenzo y San José. Pero junto a esta última sí que se alzaba otro cementerio gemelo al del Norte, el General del Sur, levantado en lo que hoy es el barrio de Comillas, en Carabanchel.
El cementerio del sur tuvo un periodo de vida similar a su homólogo del norte. Construido a inicios del IX, recibió enterramientos durante aproximadamente un siglo. Entre sus cadáveres más conocidos se encontraba el de Luis Candelas, ya que a él se llevaban los cuerpos de los ajusticiados en el centro de Madrid.
El lugar que antiguamente ocupaba el Cementerio General del Sur es ahora el aparcamiento de un polideportivo municipal (CDM San Miguel), un parque público y una gran manzana de viviendas, situada en el cuadrado que forman las calles de la Verdad, Miguel Soriano, Navahonda y Antonio Leyva.
Los otros dos camposantos desaparecidos en el sur se encontraban en Arganzuela, en el camino de Yeseros, al lado de lo que hoy es la playa de vías de la estación de Atocha, junto a la entrada de los AVE.
Por un lado estaba el Cementerio de San Nicolás, donde descansaban los cuerpos de Calderón de la Barca, Espronceda, Argüelles o Larra (que primero había estado en el Cementerio del Norte y luego acabó en San Justo). Y justo al lado el de San Sebastián, de mayor tamaño.
Hoy ambos complejos funerarios abarcarían las manzanas situadas entre las calles Vara del Rey y Méndez Álvaro, incluyendo la calle Canarias y llegando casi hasta Bustamante.
Al igual que los anteriores, estos camposantos tuvieron que cerrar a finales del XIX a raíz de la construcción del Cementerio de La Almudena. Mientras, a su alrededor, crecía un barrio eminentemente industrial primero y residencial después.
La ubicación de todos estos cementerios es hoy posible gracias a aplicaciones como este visualizador histórico del CSIC, que superpone varias colecciones de planos del Madrid antiguo con otros más recientes.