En la edición del miércoles 9, señalamos en La República que el Premio Nobel de Literatura goza de buena salud tras el megaescándalo sexual en el que se vio envuelto hace unos años, al punto que en el 2018 no hubo ganador.
Jean Claude Arnault, esposo de Katarina Frostenson, integrante de la Academia Sueca, se había valido de esa involuntaria posición para llevar a cabo un festín hormonal, costumbre de las que se hablaba en Suecia, pero de la que nadie dijo algo hasta que explotó el tanque de gasolina. Fue un golpe durísimo a la credibilidad institucional del Nobel.
La premiación de la escritora surcoreana Han Kang, de quien tenemos las mejores referencias (en líneas generales, no hay Nobel malo), confirma el camino que ha decidido seguir la Academia Sueca para no dejar especulación alguna sobre posibles favoritismos (es decir, no ser eco de lo que espera el público). Es una manera inteligente de cuidarse.
Basta una mirada a los ganadores desde el 2019 para darnos cuenta de que los suecos se están fijando en excelentes autores no necesariamente “populares” en el mundo (a excepción del extraordinario Peter Handke), plumas literarias que gozan del saludo de la crítica y del check de los lectores exigentes, como Olga Tokarczuk, Louise Glück, Abdulrazak Gurnah, Annie Ernaux y Jon Fosse. De alguna manera, son sorpresas seguidas y Kang no es ajena a esa línea. Suponemos que, tras leerla, tendremos la misma impresión positiva, tal y como nos pasó tras con sus antecesores. El mensaje es claro: los próximos en ganar el Nobel de Literatura, serán esos autores que no quieres que nadie más lea salvo tú. En parte, está muy bien, es una manera de reconocer a la literatura pura, elevada, frondosa, densa, poética, críptica, epifánica, existencial...
En este escenario de limpieza moral, los favoritos del gran público lector tendrán que esperar.
Ojalá algún día, ya que los tiempos cambian, el Nobel de Literatura llegue también a esos autores que siendo grandes y con millones de lectores, pensemos en Stephen King y Haruki Murakami, no “convencen” a la oficialidad por su popularidad y prejuicios que no son más que un solapado desprecio por el lector, así nomás, a secas: el lector.
En este contexto, condecorar a un autor de estas características, hubiera supuesto un riesgo que no convenía correr. Tengamos en cuenta que Jean-Claude Arnault, el protagonista del megaescándalo sexual (hay que recalcarlo porque maleó el negocio), filtraba información sobre los potenciales ganadores no solo a la prensa. No lo hacía de gratis.
El Nobel de Literatura asegura prestigio, pero también se mueve mucho dinero a su alrededor. Como para pensarlo más. Mientras tanto busquemos los libros de Han Kang o esperemos algunas semanas para verlos a gusto en nuestras librerías. Eso es de cajón.