Los numeritos que estos últimos días ha protagonizado el PP plantean una cuestión más de fondo. La de si un líder tan débil y maniatado por los ultras puede terminar ocupando La Moncloa
El PP prefiere hacerse pasar por el típico idiota al que es fácil engañar
Aunque parezca imposible, existe una línea de continuidad en la errática y antipolítica actuación de la dirección del PP. Esa coherencia reside en el hecho de que las decisiones últimas sobre qué hacer y cómo hacerlo no las toman Alberto Núñez Feijóo y su equipo, sino que le vienen impuestas desde fuera en forma de presiones ante las que éstos ceden sistemáticamente. Isabel Díaz Ayuso o, mejor, su cerebro pensante, Miguel Ángel Rodríguez, diarios como El Mundo, el periodista radiofónico Federico Jiménez Losantos y algunos tertulianos son los exponentes del pensamiento más de derechas del PP que imponen sus criterios a Feijóo, sin importarles que esas cesiones hagan que éste aparezca cada vez más como un personaje ridículo.
Ya no es Vox la “caución de derechas” que condiciona la política del PP. El partido de Abascal sigue ahí, al parecer manteniendo sus apoyos populares, pero su discurso es tan esotérico que carece e influencia alguna en el marco político convencional. Los que tienen la voz cantante, y el protagonismo real, en la confrontación con la dirección del PP son gentes que se mueven dentro del marco del partido y que pretenden mandar efectivamente en él. Por ahora, condicionando todos sus principales movimientos tácticos y estratégicos. Pero es muy posible que también aspiren a hacerse más adelante con sus riendas.
Lo ocurrido en las últimas dos semanas expresa dramáticamente ese chantaje. Primero, llegaban unas declaraciones de Feijóo en las que, por sorpresa, anunciaba que se sumaba al debate sobre la reducción de la jornada laboral, con propuestas propias, al tiempo que hacia lo propio en materia de conciliación y de política de vivienda. La iniciativa tenía todo el aspecto de un cambio de tono respecto a la política de enfrentamiento sin cuartel con el gobierno, de descalificación sistemática del mismo y de denuncias sin cuento e insultos a Pedro Sánchez. Algunos interpretaban que ese cambio respondía a las críticas que la intolerancia y la cerrazón de Feijoo y su gente habían expresado distintos ambientes del partido y particularmente algunos dirigentes regionales.
Pero quienes esperaban que algo de aire nuevo y constructivo se colara en el irrespirable ambiente de la política española pronto se vieron defraudados. Porque al comienzo de esta semana, la dirección del PP desataba una tormenta contra la ley que iba a trasponer los criterios europeos para el cumplimiento de penas un poco antes de que ésta fuera votada en el Senado, tras de que fuera aprobada en el Congreso, con los votos favorables del PP, que también habían sido afirmativos en los pasos parlamentarios previos.
Feijóo saltaba a la palestra para asegurar que su partido había cometido “un error injustificable”. Los diputados del PP que habían participado en los citados trámites ponían sus cargos a disposición del partido. E inmediatamente después toda suerte de exponentes de la derecha se dedicaba a culpar a Pedro Sánchez y al PSOE de haber prácticamente engañado al PP, ocultando la intención última de la ley.
Todo eso era falso. El texto, con todos sus detalles, se había tramitado a la luz de todo el mundo y su intención era diáfana y perfectamente justificada. También era falso que su aplicación iba a provocar que algunos de los terroristas más famosos fueran a ver recortadas sus condenas.
Lo que había ocurrido es que algunos medios vinculados a esa extrema derecha interna del PP habían denunciado que Feijóo y los suyos habían cedido a las maniobras de entendimiento de Pedro Sánchez con Bildu y “habían traicionado a las víctimas”.
Feijóo no aguantó un minuto esas acusaciones. Y montó un número de arrepentimiento en el Congreso que en varios momentos fue un autentico ridículo. Simplemente por terror a que las Ayuso y los Losantos pudieran llamarle traidor. Así es el líder máximo que tiene en el PP. Y los vientos de cambio se han disipado antes de empezar a soplar.
El sábado se había producido otro episodio que confirma la debilidad política de Feijóo frente a su derecha. Porque ese día, sin que la cosa trascendiera mucho, el PP rompía las negociaciones que estaban en curso con Coalición Canaria y con el gobierno para llegar a un acuerdo sobre el reparto de los 600 menores inmigrantes que hay en estos momentos en Canarias. En el último minuto Feijóo se había echado para atrás, por temor a lo mismo de siempre: a que su derecha le tachara de débil. Fernando Clavijo, presidente de Canarias, ha expresado su indignación por ese comportamiento, porque él creía haber convencido a Feijóo.
El anuncio de que el exministro y número dos del PSOE va a ser imputado en el caso Koldo, tal y como se sospechaba desde hace semanas, ha venido a ocupar el protagonismo informativo en las últimas horas. Y hay muchos interesados en que eso siga ocurriendo en los próximos días. Aparte de que el asunto tiene la suficiente enjundia como para que así sea.
Pero, más allá de lo que vaya a ocurrir con la ley relativa a la suma de condenas, que terminará siendo aprobada, y con los 600 menores inmigrantes, que alguna solución habrá que encontrar al respecto, los numeritos que estos últimos días ha protagonizado el PP plantean una cuestión más de fondo. La de si un líder tan débil y maniatado por los ultras puede terminar ocupando La Moncloa tal y como vaticinan los expertos que ocurrirá tras que se celebren las futuras elecciones generales.