Nada ha amado más Enrique Ponce que al toro. Y ante un sobrero de regalo, pasadas las nueve de la noche, dictó su última lección en España. En su tierra de Valencia se despedía un torero de época, el maestro de 34 años de alternativa, medio siglo de edad y eterna juventud. En la arena de sus raíces, donde se forjó el sueño del abuelo, el sueño de Leandro –«me enseñó el mayor aprendizaje de la vida: 'Nunca te olvides de ser buena persona'»–, puso un broche de diamantes a una trayectoria histórica, de faenas imperecederas y números inalcanzables: mientras se humedecían los ojos de aquellos que peinaban canas y los jóvenes se miraban en su espejo, el de Chiva...
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