En un mes, los estadounidenses tendrán que escoger entre un anciano al borde de la demencia y una mujer joven en pleno uso de sus facultades mentales.
Para nadie es un secreto que Donald Trump se embarca en divagaciones verbales sin sentido que dificultan o imposibilitan su entendimiento. Su incapacidad para hablar coherentemente ha obligado a muchos medios de comunicación impresos a editar sus declaraciones utilizando un tipo de edición llamado “sane-washing”, es decir, reformulándolas para intentar darles coherencia.
La práctica de sanear sus dichos ha generado severas críticas a periódicos como el New York Times. Hasta ahora, el diario ha evitado entrar en una polémica sobre el sane-washing, pero en un artículo reciente pronosticó un debate “sobre las divagaciones y declaraciones públicas de Trump, a menudo incoherentes, su avanzada edad y su disminuida capacidad”. Por otro lado, reconoció que “citar detalladamente sus confusas y desconcertantes declaraciones podría proporcionar un contexto adicional”.
El debate sucede justo cuando el psicólogo John Gartner, exprofesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins advirtió que Trump “muestra signos inequívocos de demencia aguda”, y añadió que desde principios de marzo el expresidente mostraba “un deterioro progresivo de la memoria, el pensamiento, la capacidad de utilizar el lenguaje, el comportamiento y la motricidad gruesa” (es decir, incapacidad del sistema nervioso de producir movimiento), añadiendo que como psicólogo, sentía “la obligación ética de advertir al público, e instar a los medios a cubrir esta emergencia”.
Gartner no ha sido el único psicólogo que ha dado la voz de alarma. También el Dr. Lance Dodes, analista supervisor emérito de la Sociedad e Instituto Psicoanalítico de Boston y profesor jubilado de la Facultad de Medicina de Harvard, ha declarado que “a diferencia del envejecimiento normal, que se caracteriza por el olvido de nombres o palabras, Trump muestra repetidamente algo muy diferente: confusión sobre la realidad”. El problema mental de Trump es tan serio, ha dicho Dodes, que confunde a Joe Biden con Barack Obama.
Previo a las afirmaciones de estas dos eminencias, en 2016 el presidente Obama le acusó de estar “insólitamente incapacitado para ser presidente”. Y cuando los asesores de Trump observaron objetivamente su errática conducta, le sugirieron limitar su acceso a medios sociales. Obama fue todavía más explicito: “alguien que no puede manejar su cuenta en Twitter, menos podría manejar los códigos nucleares”.
En 2019, mientras el Congreso discutía el proceso de destitución (impeachment) a Trump, 350 psiquiatras y otros profesionales de la salud mental firmaron una carta asegurando que Trump tenía “el potencial real de ser cada vez más peligroso y una seria amenaza a la seguridad de nuestra nación”.
El año pasado, en una metáfora beisbolera pero muy significativa, el gobernador de la Florida, Ron de Santis, declaró que Trump “había perdido el control de su bola rápida”. Y en septiembre de este año, 200 funcionarios republicanos que trabajaron en las administraciones de Ronald Reagan a George W. Bush publicaron una carta invitando a la gente a votar por Kamala Harris y Tim Walz argumentando que son “líderes que se esfuerzan por lograr el consenso, no el caos; que trabajan para unir, no para dividir; que enorgullecen a nuestro país y a nuestros niños”.
En menos de treinta días, los estadounidenses tendrán que escoger a un nuevo líder justo en el momento en el que las hostilidades en el Medio Oriente amenazan convertirse en una nueva conflagración mundial. En sus manos está optar entre un peligroso anciano al borde de la demencia y una mujer joven en pleno uso de sus facultades mentales. La elección debería ser obvia.