En el inicio de un nuevo sexenio, cuando comienza la construcción del segundo piso del tetrateísmo, la coyuntura internacional nos muestra distintos escenarios de riesgo.
La coyuntura es el momento táctico límite en el que el futuro puede cambiar. Lo puede hacer gradual, sin modificar estructuras, tendencias, correlaciones de fuerzas predominantes, sin alterar el statu quo, o pueden desencadenarse cambios con impactos de más largo plazo, con secuelas y desenlaces diferentes a los previstos en un contexto de continuidad.
Una manera relativamente sencilla de mostrar esa bifurcación en una coyuntura lo constituyen las elecciones estadunidenses. Uno será el mundo si gobierna Kamala Harris y otro podría serlo si Donald Trump fuera nuevamente el mandatario del país vecino.
Probablemente en la disputa de la agenda entre republicanos y demócratas, sus posiciones se acerquen en materia de política migratoria, proteccionismo industrial y comercial, así como en las presiones en materia de combate al narcotráfico o en arbitrajes y negociaciones internacionales, pero no debemos dudar que la situación más adversa sucedería ante una alternancia en el poder. En cualquier caso, el sexenio mexicano se empieza a escribir hasta el primer martes de noviembre, fecha de la cita electoral estadounidense.
Otro capítulo del futuro mexicano y del hemisferio dependerá de las guerras. Los riesgos para el orden mundial aumentan en un contexto en el que la escalada del conflicto militar provocada por Israel no parece encontrar límites por la complacencia de Occidente.
Cuando Rusia invadió Ucrania, las democracias occidentales europeas y americanas reaccionaron con importante grado de consenso. Mecanismos de cooperación multilaterales en materia de seguridad como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el espacio europeo funcionaron con relativa eficacia en la generación de un acuerdo contrario a la acción bélica de Vladímir Putin.
Países históricamente neutrales tuvieron su admisión exprés en el mecanismo de seguridad hemisférica. Los países de la Unión Europea y Estados Unidos decidieron apoyar con diplomacia, recursos financieros y armas a Ucrania, tejiendo muy delgado en su retórica para no declarar la guerra a Moscú. La ciudadanía europea sufrió la escasez e inflación energética y de granos, con secuelas que llegaron a la economía mexicana, pero hubo, mal que bien, un acuerdo de Occidente condenando la intervención militar rusa.
No sucede lo mismo con la escalada militar de Israel. Da igual si opera quirúrgicamente, en un guión escrito por Ian Fleming, haciendo explotar simultáneamente 3 mil dispositivos electrónicos de mensajería digital (localizadores) que integrantes de Hezbolá portaban en sus cintos, que si bombardea Beirut —como lo hizo el viernes— ocasionando más de 500 víctimas civiles, para eliminar a Hasan Nasralá, dirigente de la milicia libanesa. Occidente no reacciona igual, aplica la doble moral con Netanyahu.
Todos nos unimos para condenar el imprevisto ataque terrorista de Hamás con el secuestro de un centenar de civiles de varias partes del mundo, pero no ha habido consenso en la condena a los excesos genocidas de la respuesta israelí en Gaza. Irán y Siria se encuentran ya en máxima alerta. En cualquier momento la guerra puede extenderse a dimensiones desproporcionadas.
Como sostiene Mabel González Bustelo, tras 80 años de negociaciones fallidas en el conflicto Israel-Palestina, es hora de modificar el paradigma de la mediación política, con nuevos actores y metodologías que eviten la cancelación de la solución de los dos Estados que pretende Netanyahu.
No es gratuito que Rusia, Irán y China sean los países que respalden a Nicolás Maduro, tras las cuestionadas elecciones venezolanas. No es fortuito que Brasil emerja con voluntad mediadora en Palestina.
La mediación política construye canales confiables entre posiciones antagónicas o caminos de odio. Es una extensión de la política para edificar la paz en un arreglo de intereses en conflicto.
Lectura sugerida: Colaborar con el enemigo. Cómo trabajar con quien no estás de acuerdo, no te agrada o no confías. Adam Kahane. UNAM.