De las ovaciones no se vive, pero de la categoría, despaciosidad y armonía sí. Y con ellas ha cerrado Juan Ortega la temporada de su consagración, la que empezó como personaje del papel cuché y ha abrochado demostrando que tiene mimbres, y argumentos ya consolidados, como para que más pronto que tarde sea considerado el torero de Sevilla. Con el permiso de Morante, claro. Una esclarecida ovación despertó a la Maestranza a las siete de la tarde tras el mutismo que había despedido el primer pasaje de Pablo Hermoso de Mendoza. La gente hasta se ponía en pie. Alargadas las piernas y palmoteadas las manos, la Maestranza parecía volcarse nada más ver el visón y oro de Juan Ortega asomar...
Ver Más