La política distingue dos clases de indeseables: los útiles y los inútiles. Los primeros sirven al interés de personas, partidos, países o continentes y son tratados como miembros de una especie protegida. Sus defensores les llaman «nuestros hijos de puta». Saben que son sátrapas, chorizos o locos de atar (y a menudo todo eso al mismo tiempo) pero ejercen sobre ellos una cierta ascendencia y prefieren mantenerlos en los puestos que ocupan porque sospechan que sus sustitutos serían de la misma calaña, o todavía peor, y además estarían fuera de su control. Dos de los ejemplos más elocuentes fueron Somoza y Gadafi. La lógica del razonamiento es perversa pero se fundamenta, al menos, en el socorrido principio del mal menor:...
Ver Más