Hace diez años que Pablo Rosal tuvo una epifanía en el Lliure. Debería haber sido una noche más; sin embargo, lo que vería sobre el escenario le iba a perseguir durante todo este tiempo. El Luis Bermejo de «El minuto del payaso» pasaría a ser una obsesión: «Piensas que tienes que escribir algo para ese hombre en algún momento de tu vida». Y, en parte, cumplió con sus deseos en 2021, cuando firmó el absurdo diálogo de «Los que hablan» (para el actor y Malena Alterio).
Aun así, y a pesar del éxito de esta pieza, en la cabeza de Rosal seguía creciendo la semilla de aquel payaso. Sus ecos no han dejado de resonar... hasta ahora, cuando la revelación de una noche en el Lliure, esta vez sí, parece satisfecha con el «Hoy tengo algo que hacer» que presenta el 18 de septiembre (Teatro del Barrio, Madrid). «Un capricho escénico par aun cómico iluminado» con el que el autor y director se quita definitivamente la espinita.
[[QUOTE:PULL|||El director ha perseguido esta obra desde que hace una década asistió a "El minuto del payaso"]]
La función no puede tener otro destinatario que no sea Bermejo: «Luis quería un terreno para jugar un poquito... y le cayó la bomba». De golpe, un monólogo de sesenta páginas apareció frente al interprete. La palabrería de ese payaso revirado también aparece recogida en el texto: «Permítanme que refresque mis gorgoritos/ con un buchito de vino/ y me aparque un trozo de queso...», espeta el protagonista. Aunque la nueva obra deja atrás el pesimismo de antaño para dar paso a una sorna «esperanzadora», apuntan del montaje que devuelve al cómico al puro «clown».
Luis Bermejo se mete así en la piel de José Luis, o como él mismo lo define, «un ser mitológico, profético, que trae buena nueva y un discurso positivo que se centra en el aquí y el ahora». Una especie de poeta errante, un bulubú, que cita al público en el parque para lanzar, como explican, un «pretendido» guiño al teatro de calle, a los comediantes ambulantes e incluso al mismísimo Bermejo, en cuyos orígenes ya paseaba su arte por los jardines del Retiro.
«Hoy tengo...» también hace una advertencia: salir de la agitación del día a día. Echar el freno. «Es tal el abuso de esta época que ni siquiera imaginar es posible». Rosal y Bermejo llegan al Barrio para «desmantelar las verdades que aceptamos hoy y que nos tienen endiabladamente agarrados», apunta un autor que reclama «saber estar en este mundo»: «Cada uno cumplimos una función en la sociedad, y solo con asumir esto, creo que se rebajarían mucho las tensiones y las intensidades». O, como reza el libreto: «Una niña se me acercó para decirme en voz baja: “Yo no creo que haya que hacer cosas, pero si quiere hacer algo, hágalo sin darse cuenta, es como mejor sabe”».
Para el actor, el texto que tiene entre manos es «una reivindicación de la filosofía de la tranquilidad». La pareja reclama «una vuelta a la espiritualidad» lejos de supuestos gurús de las redes sociales: «No hay una indagación interna, solitaria y espiritual. Parece que vas al supermercado de la realidad y coges la que mejor te viene –explica Rosal–. Construimos el hoy con muy pocas raíces. Las escuelas están enfocadas al trabajo y han perdido la esencia de que la educación sea una aventura. Los chavales con 21 años quieren trabajar en Arabia sin querer perderse, enamorarse o simplemente quedarse en una montaña durante un año». «Les están acortando la experiencia», suma el Bermejo.
Un banco, un hombre y una maleta es todo lo que necesitan para levantar esta continuación –con muchos matices– del «Minuto». Aunque «Hoy tengo algo que hacer» se apoya en otra referencia personal de su autor, como es el «Lazarillo de Tormes», una novela que no ha dado de lado a lo largo de su vida. Como profesor de Literatura que fue, «tuve la oportunidad de revisitar cada año los clásicos y siempre te emocionan. En este caso, me impresionó de joven en el colegio, en la Universidad en Humanidades, en mi etapa de maestro también y ahora, durante esta función». A partir del anónimo ha creado lo que define como «una fantasía verborreica y verbofánica que aspira a tomar el testigo, cual devoto, de la vía picaresca».
A Bermejo, por su parte, le parece «muy gustoso» el «recuperar y remozar» este texto del Siglo de Oro del que se siente «heredero». «Por más que sinteticemos las palabras a la mínima expresión todo nos viene de allí, de un castellano muy rico». Y es que el empeño de uno y otro por elevar la palabra es una constante en el texto. «Paladeo la proeza invisible/ de algo que quiere ser dicho», recita un personaje cuya intención es «recuperar el habla del barrio y el gusto por decir buenas palabras».
Da fe de ello María la Erudita, como se refiere la función a María Moliner: «Me dedico a escribir un poema divulgativo sobre la heroicidad de cada palabra, aspiro a hacer nacer todas las cosas que somos capaces de nombrar. Quiero dar vida a todo, y para ello la Poesía es imprescindible. Consagro mi vida a escribir un diccionario en el que las palabras estén sucediendo. Quiero saber decir todas las palabras, al menos una vez, en un solo texto. Don José Luis, necesito de su memoria, de su fuerza y de su organización».