¿Han dejado ustedes una casa atrás, una que habitaron largo tiempo, les perteneciera o no, pero que fue el refugio de lo que llamamos hogar?
Mis amigos vivieron en su casa años y años. Era una casa grande y despejada, que no es lo mismo. Eran tres, porque tuvieron un hijo; además, recibían huéspedes constantemente, parientes, amigos y conocidos.
Yo los visitaba seguido, tanto que según ellos tenía habitación propia; acabé creyéndomelo y estaba tan acostumbrado a esos espacios y esas cosas que me sentía como en mi propia casa.
Un día, emprendieron la construcción de otra casa, decididos a vender la que tenían. Así hicieron: construyeron una admirable en un predio cercano, tan extenso que la vista solo se detenía cuando chocaba con el bosquecillo impenetrable que la rodeaba.
Acabada la nueva, pusieron a la venta la vieja casa, con tal suerte que apareció un comprador ansioso, conforme con pagar el precio que pedían, y se quedó con ella.
Ahora fue de ver la aflicción de mis amigos al dejar lo que les había pertenecido. Día tras día iban a observarla de lejos para que no se sospechara de su impertinencia. Miraban largo rato el exterior, que ahora lo estaban pintando, horrorizados del azul con que bañaban la casa los nuevos propietarios que se afanaban en observar los trazos del pintor.
Mis amigos sentían en carne propia la desolación que emanaba de la casa, que cuando pasaban discretamente frente a ella, sin detenerse, les hacía guiños primero y luego gestos apremiantes de tristeza y reproche.
La casa era más que sus paredes exteriores y su techo de tejas fingidas: era eso y también los espacios interiores que ellos encomiaban, pero sobre todo un cúmulo de rutinas cotidianas que tenían vida propia, rutinas de las que a su vez aquella se había impregnado, que guardaba y conservaba, que condensaba la atmósfera intransferible de ese lugar irrepetible.
Entonces, de nuevo, fue ver a mis amigos. No tenían otra solución más que recuperar la vieja casa; ofrecieron a sus nuevos propietarios un trueque ventajoso: darían a cambio la nueva, que según mundanas convenciones era más valiosa.
Los nuevos propietarios aceptaron y mis amigos corrieron a instalarse otra vez en el entrañable recinto de su vida anterior, ávidos de proseguir allí sus viejos y calurosos hábitos.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.
