No creo que haya tenido mucho que ver en ello, pero hay que reconocerle al gobernador Escrivá su puntería. Llegar al BCE y en su primer consejo estrenarse con una bajada de tipos es una casualidad venturosa. No fue una sorpresa, pero los datos en la eurozona que son razonablemente buenos en la inflación y preo-cupantes en el crecimiento del PIB han terminado por convencer al organismo regulador de que lo conveniente era mantener su plan y proceder a la segunda bajada de tipos en el año en curso. Como ocurre siempre, un dinero barato beneficia a todos aquellos que están o piensan estar endeudados en el próximo futuro, pues se abarata su coste. Por eso, la noticia alegrará a los hipotecados, a las empresas que invierten e incluso a aquellos que han pedido dinero o han utilizado su tarjeta en exceso, para pagar sus alegremente disfrutadas vacaciones. Y perjudica a los ahorradores. Me cuesta mucho no relacionar este hecho con la reciente presentación del Informe Draghi, que analiza la situación de la economía europea y de la que supone una especie de certificado de defunción, si me permite la hipérbole. La gravedad del análisis se comprueba al constatar la enormidad de la terapia propuesta. Europa se enfrenta a un futuro en donde no podrá financiar sus políticas sociales avanzadas salvo que consiga grandes mejoras en la productividad. La intención es loable, pero esos avances requieren la inversión de unas cifras ingentes, que cuantifica en un 5% anual de su PIB, unos 800.000 millones al año y durante muchos años. Y esa inversión exige emisiones monstruosas de deuda pública, que Draghi prefiere mutualizadas. ¿Es eso posible? ¿Está Europa en disposición de lanzarse a nuevas y gigantescas emisiones cuando todavía no ha invertido todo lo que se comprometió con el plan de recuperación diseñado tras la pandemia? ¿Existe el acuerdo mínimo para hacerlo y para mutualizarlo? ¿Se ha realizado una evaluación de lo conseguido con los 700.000 millones ya comprometidos? El diagnóstico que hace Draghi me parece, desgraciadamente, correcto y la terapia quizás sea la más conveniente. Pero, que quiere que le diga, su aplicación me parece una quimera. Terrible conclusión: ¿Es posible la curación del mal europeo sin aplicar la terapia adecuada?