El paradigma amoroso ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas, en gran medida como consecuencia de la legitimación social y legal de las relaciones homosexuales y la conquista de los derechos de las mujeres. El tiempo del ama de casa con la pata quebrada se ha acabado y se imponen modelos nuevos que mejoran la salud mental de las personas implicadas. Entre ellos, la experiencia de la no convivencia.
Entre las nuevas experiencias amorosas que se han instalando en la sociedad en los últimos años el poliamor se ha llevado gran parte de los titulares, bien por controversia bien por miedo a qué podría suponer esta nueva práctica en el terreno de las relaciones estables de pareja. Se trata de relaciones no monógamas en las que debe existir un acuerdo lógico entre ambas partes.
Una vez que parece que se ha desinflado la polémica sobre el poliamor, la propia evolución de la sociedad va marcando nuevos interrogantes y nuevas dinámicas sobre la forma más sana de mantener una pareja. Aquí entraría la no convivencia, cuya práctica adopta siglas que provienen de un anglicismo: LAT o Living Apart Together. Esto es, el compromiso y la relación estable existen, pero no bajo un mismo techo.
La convivencia es una circunstancia que puede alimentar positivamente la relación, si se da forma natural y fácil, o bien ponerle piedras en el camino. De inicio, dos personas de procedencias e intereses diferentes se ven forzadas a vivir bajo unas reglas comunes que pueden interesar más o ser más fáciles para una de las partes. El acuerdo y la comunicación son vitales en este sentido.
Ser una pareja LAT, o no convivir, significa que, por ejemplo, los horarios de cada persona se establecen según sus criterios, no hay estrés por rutinas comunes y por tanto no habrá tantas discusiones. En otras palabras, no es necesario acordar todos los detalles del día a día, que es además donde pueden surgir más fricciones. La consecuencia lógica es que se discutirá menos. La pareja LAT supone también reforzar el autocuidado y disfrutar de tiempo en común de calidad.
Las características de este tipo de unión pueden sonar idílicas pero cabe preguntarse cuántas personas pueden hoy día permitirse tener dos casas, sean de alquiler o compradas. Con la crisis de los precios de la vivienda, motivada por la gentrificación y el centro de las ciudades en manos de un turismo masificado y sin control, parece a priori una opción realmente minoritaria.
Lo cierto es que aunque se observe un aumento del fenómeno LAT, las cifras que hay a nivel nacional son aproximadas y calculadas en relación de lo que está sucediendo en países anglosajones, con rentas per cápita más altas que en España. Una consultora británica ha arrojado las primeras cifras estimadas: dos millones de matrimonios en Estados Unidos; una cifra similar en Inglaterra; un diez por ciento de parejas francesas y un ocho por ciento de parejas españolas.