Con todo, naturalmente la temporada
estrella es la veraniega, pues no en vano el ambiente tranquilo y las aguas de
poca profundidad, siempre con el distintivo de calidad Bandera
Azul, invitan a vacacionar allá. En este sentido, también el amante de la
naturaleza hallará motivos para conocer la zona: el Club Marítim Altafulla
ofrece cursos de catsy, catamarán o patín a vela, y da la oportunidad de
divertirse haciendo kayak o pádel surf.
Esta forma de sentir el paisaje marino puede complementarse con otras iniciativas terrestres, como las siete rutas que sugiere la oficina de turismo local, mediante las que es posible conocer el Oliverot, un árbol monumental con una edad estimada de más de seiscientos años, de camino hacia el pueblo de Torredembarra; o también el espacio protegido de la desembocadura del río Gayá, con su fauna y vegetación protegidas, en que destaca la gran cantidad de pequeños pájaros que viven en muy diversos hábitats y las ardillas, numerosas en las copas de los pinares blancos; o contemplar las llamadas barracas de piedra seca, construcciones realizadas de forma tradicional que servían de refugio y almacenes agrícolas.
El
director, Jordi Ferré, concibe el espacio como algo más que un sitio donde
pasar la noche o comer, pues se puede disfrutar de música en directo las noches
de los viernes y sábados, o de exposiciones de pintores que adornan las
paredes. Un exitoso proyecto que tuvo continuidad con el May Altafulla Beach
Boutique Hotel, casi frente a la playa. El edificio, diseñado
para que sea sostenible y ecológico, presenta un imponente ático, que integra
el llamado Mistic Bar, junto a una relajante terraza con piscina, todo ello
frente al mar.
Además, en la parte inferior, el huésped
podrá saborear las bondades del restaurante Pinxo & Brasa, abierto a la
sombra de las moreras y a un plácido jardín, y a unos pocos metros, ya en el
paseo marítimo, será del todo recomendable acudir al restaurante Mar Salada.
Este ofrece una cocina mediterránea auténtica y tradicional pero con matices innovadores,
entre cuyas especialidades destaca poderosamente su glorioso arroz negro y, por
elegir una, la exquisita paella del Senyoret.
El local se preparó en dos antiguas casitas de
pescadores y desde el primer día se convirtió en un fenomenal lugar de placer
gastronómico. Y es que los clientes pueden degustar platos exquisitos y vinos óptimos
de la comarca del Tarragonés y colindantes, regalándose, justo sobre una tarima
encima de la arena de la playa, un entorno diurno y, mejor aún, nocturno –la
luna rielando en el mar, las olas chocando en la oscuridad– precioso y
realmente inolvidable.