La semana pasada, en la Mostra veneciana, Tim Burton confesó, medio en broma, que le habría gustado ser un director de cine de terror italiano. La secuencia más memorable de “Bitelchús, Bitelchús” es un teaser-homenaje a “La máscara del demonio”, de Mario Bava, protagonizado por el personaje más atractivo de la película, Delores (Monica Bellucci), una fantasía lúbrica de lo que podría haber sido un híbrido entre Barbara Steele y “La novia cadáver”. Es una pena que Tim Burton no la aproveche más, pero es el problema de un filme que parece un ‘brainstorming’ para editar un libro-objeto sobre su obra.
No nos quejamos: después de una etapa en la que la marca Burton había devorado la singularidad de su universo, convirtiéndose en una operación de blanqueamiento de imagen al servicio del mejor postor (“Sombras peligrosas”, “Dumbo”), el director de “Batman” se ha reencontrado a sí mismo celebrando todo aquello que le gusta. Ahora quiere ser un director de cine italiano, como quiso ser Ed Wood, o artista expresionista (“Vincent”, “Frankenweenie”), o coleccionista de cromos de marcianos de los cincuenta (“Mars Attacks”) o cineasta de la Hammer (“Sleepy Hollow”). Hasta cierto punto, en “Bitelchús, Bitelchús” se ha permitido el lujo de ser todos esos Burtons tomando como punto de partida el primer largometraje donde su imaginario tomó forma (si no contamos “La gran aventura de Pee-Wee”, que el director de “Eduardo Manostijeras” consideraba maniatada por la poderosa imagen del personaje creado por Paul Reubens). Cierto es que a veces la nostalgia no es buena consejera, y lo que antes era original ahora es pura litografía, pero la alegría en el tono, la cándida tendencia al caos y al capricho envenenado, es contagiosa.
Por supuesto, la historia es lo de menos. Winona Ryder retoma su papel de médium en las nubes, alter ego burtoniana; Jenna Ortega repite el de la serie “Miércoles”, desde el escepticismo hasta la fe; y Michael Keaton recrea las maneras gamberras y roncas del personaje original. El autohomenaje, que recuerda secuencias y escenarios icónicos de “Bitelchús” (el calypso de Harry Belafonte, los gusanos de arena de inspiración surrealista, el diseño expresionista y burocrático del purgatorio), amplía su campo de batalla, lo duplica en honor a ese título que es espejo y réplica.
La poética de Burton siempre funciona mejor en la anécdota que en la continuidad, en el dibujo fugaz de una criatura imposible o una ocurrencia que en la sofisticación de la puesta en escena. El argumento suele sostenerse con las muletas de la saturación barroca, pero, en esta ocasión, Burton parece haberse divertido de lo lindo declinando su apellido, desempolvando la parte más lúdica de su talento, ahora que parecía embalsamado en el ámbar del ‘merchandising’ gótico y las exposiciones inmersivas. Lo único que nos hace dudar es que esta súbita revitalización de sus esencias sea demasiado ensimismada. Es decir, que su futuro como cineasta dependa en exceso de su fondo de armario, y que sea incapaz de innovar en nuevas colecciones. Por ahora, quien lo diera por perdido como autor, puede respirar tranquilo. Aún conserva intacto el latido del Chico Ostra.
Lo mejor:
El homenaje al maestro del horror italiano Mario Bava y el personaje de Delores, interpretado por Monica Bellucci.
Lo peor:
Que para reencontrarse con sus esencias Tim Burton haya tenido que retomar uno de sus clásicos.