Paula Badosa pisó por primera vez en su carrera la central del US Open, la pista Arthur Ashe. Era el único escenario principal de los cuatro Grand Slam en los que no se había estrenado, y las sensaciones con las que se marchó no fueron nada buenas. Perdió contra Emma Navarro en los cuartos de final (6-2 y 7-5) en un partido que empezó mal y terminó pero, con un repunte en medio que no logró culminar. Cuando no llegó a la última dejada de la estadounidense, se marchó rápidamente de la cancha, triste.
“La presión es un privilegio”, dice un cartel a la entrada de la Arthur Ashe. Badosa lo acepta, sabe a lo que se dedica, lo cruel que puede llegar a ser el tenis. Ha lidiado con ello desde pequeña, especialmente desde que ganó Roland Garros júnior y ya parecía que tenía que comerse el mundo, sin darse los tiempos necesarios para ir creciendo. De esa depresión salió hace años. También del último obstáculo, de la lesión en la espalda que amagó con acabar con su carrera de forma abrupta. Se ha recuperado en un verano fantástico, por eso las conclusión general de los últimos meses e incluso de este US Open debe ser buena, por mucho que el partido no lo fuera.
Como parte de asumir esa presión, Paula se llenó de pensamiento positivos y motivadores antes del encuentro con Navarro, la segunda vez que la española estaba en los cuartos de un “Grande”. “Nací para jugar en grandes escenarios”, aseguró. O se repetía que ella quería estar entre las mejores, que no le valía sólo con participar. Pero le costó entrar en el partido y adaptarse al estadio más grande del mundo. El primer set fue un visto y no visto. No encontraba el ritmo la española, nerviosa, sometida por su oponente, que llevaba el mando con cierta facilidad. Cometía demasiados errores Badosa. Después de un revés a la red, el gesto de los brazos abiertos, de no entender nada.
Podía estar pagando en parte la novatada, pero se recompuso, como ha hecho tantas otras veces, incluso en este torneo en el que para superar los octavos tuvo que hacer frente a un pelota de partido en contra. El segundo set fue otro. Por fin la española se reconocía. Llegaba mejor a las bolas y, bien plantada, pudo desplegar todo su potencial. Era la tenista que ella sabe que puede ser, con golpes ganadores y sin dar oportunidades a su rival, con una derecha que le da muchas alegrías. Mandaba tanto en el pim, pam, pum como en los intercambios. Sacaba el puño, gritaba "vamos". Ya estaba ahí. Así llegó hasta el 5-1.
El tercer set parecía un hecho. El encuentro era otro pero porque Paula era otra. En el momento más inesperado, el bucle negativo se volvió a apoderar de ella. Primero, poco a poco, y después de forma incontrolable. Fue cometiendo un fallo tras otro, buscando explicaciones que no encontraba. Navarro ganó su saque, el primer pasito, recuperó un break, lo que ya suponía un salto. No paró. A la segunda oportunidad que tuvo para cerrar el parcial con su servicio, con 5-4, Paula sólo sumó un punto y regaló dos dobles faltas. Después, al resto, con 5-5, ninguno, en blanco. Navarro sólo tenía que poner la pelota en juego, ya que lo más probable era que Paula la tirara fuera o la dejara en la red. Terminó el encuentro con 35 errores no forzados (15 la estadounidense) por diez ganadores (12 su oponente). Se puso demasiado tensa la española. Miraba a su banquillo, a Pol Toledo, su entrenador, uno de los responsables principales de esa recuperación de Badosa en esta parte de la temporada, pero no era una cuestión de táctica, era de confianza. Pol intentaba animarla, pero la tenista ya tenía en la cabeza que "no". "No puedo jugar", decía. Siguió cayendo, otros dos puntos que perdió para el 0-30, y ahí volvió a sumar, pero sin ninguna fe. Perdió su sexto juego consecutivo y se despidió.