Temo que de tanto escuchar la frase se nos vuelva hueca, como ha pasado otras veces. Que los buenos deseos terminen despeñándose al vacío. Que una proyección crucial para la nación aterrice en el aeropuerto de la nada.
No soy el único, claro está, y por eso surgen estas líneas. Porque no estaría bien caer en repeticiones estériles sin alertar públicamente que la reiteración en ocasiones se vuelve vicio y hasta bumerán.
Se ha dicho «corregir distorsiones y reimpulsar la economía» y algunos lo han tomado como un eslogan o como una oración de cumplido que debe atorarse en cualquier escenario, en todos los espacios.
Lo peor que nos podría pasar es que, por ese camino, un concepto primordial se asuma con fiebre de campaña, a la usanza de viejos esquemas, matadores de la transformación y los deseos. Y que desemboquemos en la frialdad o el bocadillo aprendido de memoria.
Que absolutamente todo, de lo pequeño a lo divino, de lo contable a lo abstracto, de lo técnico a lo filosófico, sea para «corregir… y…».
No puede parecer serio que un funcionario, en el ejercicio de su tarea, emplee una jerga matemática para referirse a un asunto tan complicado y decisivo, como si se tratara de un juego de bolas: «¿Cuántas distorsiones han eliminado desde hace dos meses en este centro?»
El colmo sería que, como sucedió en el pasado, a algunos, para complacer visitas o caer en el juego pernicioso de la apariencia, les dé por colocar carteles a la puerta de los establecimientos, al estilo de: «Aquí combatimos las distorsiones» o «Con esfuerzo y dedicación reimpulsamos la economía».
Recuerdo que cuando se comenzó a hablar de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, salió a la luz un comentario, publicado en octubre de 2012 (Los Lineamientos no son piedras), en el que se hablaba de las «iniciativas» en varios centros públicos en los cuales aparecieron pancartas de este tipo: «Aquí aplicamos los lineamientos». «Si presenta alguna inconformidad no se marche, acuda a nosotros (Lineamiento número…)».
Algo similar sucedió con el rescate de los llevados y traídos valores. Hasta se hicieron ejercicios escolares basados en «extraer valores de un párrafo y explicar uno».
Las distorsiones no pueden tasarse, venderse, agarrarse, convertirse en una unidad de medida, transformarse en palabrería barata porque son errores, desviaciones, malformaciones, hasta sinsentidos que estorban a la nación y nos hacen la vida menos llevadera.
Pero, a fin de cuentas, la distorsión capital radica en eso: pensar que una frase abrirá por sí sola una puerta de incontables pestillos, confundir un precepto con una consigna vana, creer que las palabras no llevan acciones, sacudidas, cambios y mucho más que impulsos.