Observaba el ruedo Morante y miraba al cielo, que amenazaba lluvia. La incógnita sobre si se celebraría el festejo crecía, pero, pasadas las seis de la tarde, se abrió el portón de cuadrillas. Y sobre la arena de los Campos Góticos se descalzó en una faena desnuda de alharacas. Todo por el camino de la sencillez. Sin zapatillas para no resbalar y para sentir la tierra. O, tal vez, era la tierra la que sentía a un torero que sea atalona como ninguno. Con ese compás desde el inicio, sin atosigar a Antiguo, de tan significativo nombre y tan mermado de poder, que inauguró una nueva corrida con un volatín –no hay dos sin tres–. El genio de La Puebla...
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