Se llama Borja Jiménez, es natural de Espartinas (Sevilla) y es matador de toros, la profesión por la que sueña desde que tiene uso de razón. En medio de una sociedad cuyo valor más primordial es el inmediato, el material, el factible, él lucha por la gloria de alzarse a los altares de la afición y por la libertad de mandar en su profesión a costa de su propia vida, que –contradiciendo a Cervantes- es el mayor don que dieron los cielos.
Desde temprana edad, sus padres le inculcaron los valores del respeto, de la honestidad, de la capacidad de sacrificio y de la entrega, y por eso logró completar sus estudios universitarios. Y lo hizo por pura superación personal. Pero su mente, su corazón y su vida estaban puestos en el toro, animal al que cuidó y defendió para ganarse el pan, y del que depende el resto de su vida. Por amor, por convicción y por pasión.
Y ahora, tras dos décadas de trabajo y sacrificio, está cumpliendo su sueño de llegar a ser figura del toreo, algo que sus muslos y su entrega pagada con sangre se han ganado en un ruedo. Porque dos puertas grandes en Madrid, un golpe de primera en Sevilla, otro tras salir herido en Pamplona y el definitivo de tres orejas el pasado 20 de agosto en Bilbao le han guardado un puesto de privilegio en la historia del toreo.
Su sueño, desde niño, ha sido precisamente el de torear al lado de quienes han llegado a lo más alto en esta dura y sacrificada profesión, el de entregar su vida al toro, la misma vida que el propio animal está dando, y ser capaz de crear entre ambos algo que trascienda y emocione.
La nueva etapa en su carrera comenzó hace casi tres años, cuando Borja decidió dejar su tierra e irse a un pueblo de la Salamanca profunda para alejarse de todo y de todos, abandonar la zona de confort, despojarse de todos los placeres terrenales y encontrar el gran sentido de su existencia en el toreo, a quien decidió entregar su alma y su cuerpo cual si fuese una consagración litúrgica. Y el resto de sus días.
Al lado de Julián Guerra vive y sueña despierto cada una de las faenas que luego -de forma más imperfecta que en el toreo de salón que ejecuta a diario en la ribera del Tormes salmantino pero más perfecta que muchos de los que copan grandes carteles- lleva a la práctica con la pasión por la que se mueve cada día su corazón.
Desde la alternativa en 2015, que se la dio Espartaco en una tarde en la que reapareció sólo para esa corrida, le ha costado ocho años que le den el sitio; en esos años de transición y de banquillo, fueron su cabeza y su fe de triunfador las que hicieron que siguiera buscando su sueño, y en 2023 rompió al fin con los moldes del olvido. Lo hizo el 8 de octubre, cuando reventó Madrid en una tarde de toreo y arrestos con la corrida de Victorino a la que le cortó tres orejas –hacía medio siglo que un torero sevillano no cortaba tres orejas en la misma corrida en Madrid, el último fue el recordado Paco Camino-.
Fue reeditando cada triunfo en cada pueblo o ciudad en la que lo anunciaban –una tarde de mucha verdad en Valencia o dos orejas en Sevilla fueron su siguiente golpe de fuerte atención en una plaza de primera-, además de dos orejas en Pamplona, una tarde en la que sufrió una grave cornada. Y su golpe definitivo acaeció el pasado 7 de junio en la Corrida de la Cultura de Las Ventas, en la que desorejó a un bravo toro de Victoriano del Río y se proclamó máximo triunfador de la Feria de San Isidro, un abono en el que también cortó otra oreja de mucho peso en mayo a otro toro de Santiago Domecq.
En Pamplona, un mes después, probó el hule, pues sufrió una grave cornada en el muslo y, mientras se lo llevaban a la enfermería, el palco le entregaba las dos orejas que se había ganado en la Monumental navarra. Y el pasado 20 de agosto, con toros de Fuente Ymbro en Bilbao, Borja Jiménez volvió a dejar una tarde de toreo eterno en el “Botxo” vasco, sellando naturales que quedarán grabados para los anales de esta afición.
Lleva esta temporada 30 corridas de toros, 50 orejas y un rabo cortados en las plazas de España y Francia, y tiene por delante otras tantas importantes como Salamanca, Logroño, Sevilla, Madrid o Zaragoza para rematar su año de ensueño con la confirmación en La Monumental de México en el mes de noviembre.
A pesar de zancadillas y baches de ciertos empresarios y de ciertas figuras, sigue un camino de valiente humildad marcado por su palabra en la plaza, que es donde hablan los toreros. Y así prosigue su senda quien ya está entre los grandes y es considerado por muchos aficionados una estrella incipiente del toreo por lo realizado y por el alto techo que aún no ha alcanzado en su carrera. Así se forja una figura, a base de entrega y pasión a esta profesión tan bonita como dura.