El cineasta, que llevaba años sin dirigir una buena película, vuelve a sus orígenes, a su estilo gótico y su humor para ofrecer una continuación digna que recupera sus mejores momentos
Todo sobre el Festival de Venecia - Almodóvar lidera la buena cosecha española de un Festival de Venecia sin Netflix
Es irónico que el proyecto soñado durante años por los fans de Tim Burton fuera aquel que acabó con la carrera del director. Desde que el director mostrara su personalidad y su gusto por lo gótico y lo onírico gracias a filmes como Bitelchús y Eduardo Manostijeras, todo el mundo comenzó a señalarle como el único capaz de trasladar a una película (de acción real) el imaginario que Lewis Carroll desarrolló en Alicia en el país de las maravillas. Cuando Disney vio el filón económico de llevar sus clásicos animados a películas con actores de carne y hueso no dudó y le ofreció a Burton realizarlo.
Era la apuesta perfecta, y el resultado económico fue apoteósico, pero en lo creativo Burton no supo unir ambos mundos y creó un filme que apenas ofrecía ciertas pinceladas de su estética, sacrificando cualquier atisbo de oscuridad por el camino. Disney domesticó a Burton y le hundió por completo. Un cineasta que incluso había sobrevivido a adaptar a Batman y había construido una carrera impecable empezaba a caer en picado justo cuando alcanzaba unas cimas que incluso le colocaban en la mirada de los premios gracias a filmes como Big Fish o Sweeney Todd.
Desde Alicia en el país de las maravillas todo fueron fiascos que iban ahogando cada vez más a Burton, que tocó fondo, precisamente, con otra adaptación de un clásico de Disney, Dumbo, quizás su peor filme. Muchos vieron en aquella historia la metáfora del propio cineasta, un elefante encerrado en una jaula y expuesto por la empresa que le pagaba el sueldo. Fue otra empresa y otro golpe de talonario quien sorprendentemente lo rescató parcialmente. Netflix vio en él un nombre perfecto para su serie sobre Miércoles, el personaje de La familia Addams. Si Burton había logrado domesticarse para otra empresa podría hacerlo para ellos, que encima le dieron un producto con el que poder volver a su estética gótica y ciertas obsesiones.
El éxito de Miércoles fue estratosférico. En estos momentos sigue siendo, de lejos, la serie más vista de Netflix con 252 millones de visualizaciones (más de 100 que la cuarta temporada de Stranger Things, que se sitúa en el segundo lugar). Aquel pelotazo dio alas a Tim Burton, que regresa a sus orígenes de manera literal, ya que estrena Bitelchús, Bitelchús, la secuela de una de las películas que le colocaron en el foco de la industria. Burton no solo ha resucitado al personaje al que vuelve a dar vida Michael Keaton, sino que de alguna forma se ha resucitado a sí mismo. Por fin volvemos a ver al Burton de siempre. Reconocemos su estética, su humor, su espíritu… No se deja llevar por el signo de los tiempos y vuelve a recurrir a los efectos visuales prácticos en vez de al CGI cantarín. Hay segmentos en stop motion, una dirección artística que sale de su mente sin dudarlo y un gusto por la artesanía. A priori esto ya es mucho más que lo que había en sus últimas películas.
Bitelchús, Bitelchús huele a cine de los 80. Mantiene el espíritu y a casi todo el reparto en una secuela divertidísima que hasta levantó los aplausos de la prensa en su primer pase en Venecia, donde abre con lujo la 81 edición del festival italiano antes de llegar a las salas el próximo 6 de septiembre. También hay que ser sinceros, la historia es más simple que el mecanismo de una polea, y alguna trama ―todo lo relacionado con Mónica Bellucci― está metida con calzador, pero poco importa ante la energía despendolada que desprende un filme en donde caben dardos a Disney, a los falsos aliados, al arte contemporáneo, a los influencers (en una escena brillante que fue ovacionada) y hasta a Netflix.
Los ejes temáticos se mantienen. Si en la original se atizaba a la especulación urbanística, aquí Burton ataca a la explotación comercial en forma de show televisivos que sacan la sangre (y los billetes) de cualquier cosa, ya sea una médium, una boda, o una tragedia. A eso añade una propuesta interesante, el amor es terrorífico. Todas las mujeres de esta familia -encabezadas por la sensacional Catherine O’Hara, seguida de una competente Winona Ryder y apuntalada por una Jenna Ortega que muestra que es una de las estrellas del momento- muestran que siempre mejor solas que mal acompañadas, ya sea por aduladores blanditos que esconden al machista de manual o por guaperas con rollito James Dean. Y por si fuera poco lo redondea con un epílogo con guiño a Muñeco Diabólico.
Burton encuentra la confianza para volver a entregar escenas originales y brillantes visualmente ―el tren con música soul―, y de la mano de la música de Danny Elfman y de un Michael Keaton desatado e hilarante llega con su mejor película en años y ofrece signos de esperanza a quienes pensaban que ya no tenía nada más que hacer en el cine.
Los últimos años me desilusioné con la industria del cine. Durante muchos años he estado perdido, y esta película me ha vuelto a dar energía
El propio Tim Burton reconocía en la rueda de prensa que este filme supone, de alguna forma, su regreso. “Los últimos años me desilusioné con la industria del cine. Pensaba que no iba a poder hacer nada más que saliera de mi corazón. Durante muchos años he estado perdido, y esta película me ha vuelto a dar energía, he conectado con las cosas que me gusta hacer, me he rodeado con la gente que me gusta, y creo que esa es la única forma de tener éxito. No sé cómo irá la película, pero yo lo he disfrutado, y eso es lo principal”, dijo Burton, insistiendo en definir la película como un “proyecto muy personal”.
El cineasta no cree que esta secuela sea una consecuencia directa del éxito de la serie de Netflix, y confesó en Venecia que este proyecto llevaba mucho tiempo en su cabeza, pero también que Miércoles le dio ganas de hacer cosas, y que “conocer a Jenna Ortega también fue importante”. Pero este filme ya estaba hablado de antes con sus dos amigos, Michael Keaton y Winona Ryder, que le acompañaron en la presentación y se deshicieron en elogios hacia él, a quien definieron como un artista único y el rodaje como una de las mejores experiencias de sus vidas. Ninguno se quiso perder el regreso de un director que se ha reencontrado a sí mismo en una secuela de la que deberían aprender muchos taquillazos inanes de Hollywood.